((**Es5.65**)
su dolor. ((**It5.73**)) Pero,
lejos de acobardarse ante semejantes pensamientos,
se crecía con ellos.
-Víctor, ad quid venisti? (>>para qué
viniste?), se decía entonces a sí mismo. ->>A qué
has venido al Oratorio de San Francisco de Sales?
Jesucristo no descansó más que en la cruz y tú
quieres descansar a mitad del camino.
Confortado con estos pensamientos no cesaba de
buscar nuevos trabajos. Sustituía a don Bosco y
enseñaba canto gregoriano a los muchachos para que
cantaran las vísperas y la misa a dos coros, y así
acostumbrarlos al canto en las parroquias.
Ensayaba las sagradas ceremonias, explicaba a los
clérigos el Nuevo Testamento, dirigía las
funciones de iglesia, confesaba, predicaba,
enseñaba el catecismo. Todo eso era el pan de cada
día para don Víctor Alasonatti. Con frecuencia se
le veía arreglando catres estropeados, barriendo
escaleras y sirviendo a la mesa con una sencillez
capaz de aventajar al último sirviente de la casa.
Don Bosco pretendía aliviarlo de tantos y tan
serios cuidados compartiendo de alguna manera con
el Prefecto la pesada carga que le oprimía, pero
él lo rehusaba con toda firmeza. Sin embargo, la
Divina Providencia bendijo el laborioso celo de
ambos y les dio a conocer sujetos capaces de
aliviar en parte las incumbencias del Prefecto.
Puso don Bosco entonces a su lado un ayudante para
llevar los libros, dejando por cuenta de don
Víctor las cosas más importantes; nombró un
ecónomo para los gastos, un director de estudios
y, poco después, un prefecto de sacristía.
Para comprender la grandeza del espíritu de
mortificación de don Víctor Alasonatti diremos que
cuando salió de Avigliana para ira al Oratorio,
había dicho a don Francisco Giacomelli:
-No dejaré a don Bosco, ni volveré ((**It5.74**)) a casa
mientras no tenga él un ayudante.
Cuando llegó al Oratorio se encontró con que
allí faltaba todo.
Proveía el vino, de cuando en cuando, la
beneficencia municipal o el gremio industrial del
vino; era vino de diversas clases, a veces ácido o
con olor a moho, lo cual no iba con su estómago,
por lo que tomó enseguida su resolución.
-Para vivir íme basta pan y agua!
Estaba acostumbrado en su casa a beber vino
generoso, del que su bodega estaba bien provista.
Pero antes de exponerse a una respuesta desdeñosa
de sus padres, que le habían dejado marchar de
mala gana, temiendo avergonzar a don Bosco al
manifestar esta necesidad, y huyendo de una
excepción, que podía dar motivo a que
(**Es5.65**))
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