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Un momento antes habían entrado en la sala el
teólogo Murialdo, Miguel Rúa y el reverendo
Cerutti de Varazze, canciller de la Curia
Arzobispal de Génova. Quedaron estupefactos de la
familiaridad con que el Papa trataba
bondadosamente a don Bosco y de lo que vieron en
aquel momento. El Papa abrió un cofre, sacó con
las dos manos un puñado de monedas romanas de oro
y, sin contarlas, se las entregó a don Bosco
diciendo:
-Tomad y ((**It5.909**)) dad una
buena merienda a vuestros muchachos.
Puede el lector imaginar la impresión que causó
a don Bosco aquel acto de paternal bondad de Pío
IX, el cual, con gran amabilidad, se dirigió a los
que acababan de entrar, bendijo los rosarios,
crucifijos y demás objetos devotos que le
presentaron, y dio a todos un precioso recuerdo en
medallas.
Todos estaban conmovidos y cuando el teólogo
Murialdo pudo dirigir la palabra al Papa, le pidió
una bendición especial para el Oratorio de San
Luis, a cuyo frente le había puesto don Bosco.
Pío IX le respondió:
-Es muy bueno ocuparse de los niños: hay
apóstoles que quisieran alejar a los niños de
Jesús; pero el Salvador dijo: Sinite parvulos
venire ad me, (Dejad que los niños se acerquen a
mí), y así tenemos que hacer nosotros. El Señor
concede sus bendiciones a quienes trabajan por los
niños y es un gran consuelo el salvarse en
compañía de otros salvados por nosotros, pero es
de cobardes querer salvarse solos.
Entonces el teólogo Murialdo dijo:
-Es una gran necesidad, sobre todo en nuestra
tierra.
Y enseguida agregó el Santo Padre:
-En todas partes y ciertamente también en
vuestra tierra, donde suceden grandes males por la
libertad de la Prensa. Se imprime en un sitio,
pero los escritos penetran en todas partes, porque
no tenemos la muralla de la China para impedir su
entrada. El año pasado, en mi viaje a Florencia y
a Bolonia, tuve que secuestrar millares de
folletos procedentes de Turín y de Milán.
Ni que decir tiene cuánto aliviaron y animaron
en su empresa al teólogo Murialdo aquellas
palabras, y el Papa no olvidó al joven y celoso
sacerdote turinés, ya que en 1867, pidió noticias
de él a don Bosco.
Pero la audiencia tocaba a su fin: se
arrodillaron todos para recibir una bendición más
del Papa, ((**It5.910**)) el cual
animó a don Bosco que salía el último, a proseguir
su empresa y a practicar, por vía de
(**Es5.646**))
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