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que iría con el mayor de los gustos. También el
clérigo Rúa recibió otra tarjeta semejante.
Al día siguiente, domingo veintiocho de marzo,
entraba don Bosco con Miguel Rúa en la Basílica de
San Pedro mucho antes de empezar las funciones. El
conde Carlos De-Maistre les acompañó hasta la
tribuna de los diplomáticos, donde tenían
preparado su puesto. Don Bosco era todo ojos, pues
sabía la importancia de las ceremonias de la
Iglesia. A su lado se hallaba un milord inglés
protestante, maravillado de la solemnidad de los
ritos. A cierto punto un barítono de la capilla
sixtina entonó un solo, tan perfecto, que don
Bosco se conmovió hasta las lágrimas, y el milord
quedó extático. Terminado el canto, volvióse el
inglés a don Bosco y díjole en latín, pues no
sabía cómo hacerse comprender en otro idioma: Post
hoc paradisus! (íDespués de esto, el paraíso!).
Aquel hombre, algún tiempo después, se convirtió
al catolicismo y llegó a ser sacerdote y obispo.
Cuando el Papa terminó de bendecir las palmas,
al llegar su turno, desfiló el cuerpo diplomático
hacia el trono del Pontífice y cada embajador y
ministro recibió la palma de su mano. También don
Bosco y Miguel Rúa se arrodillaron a los pies del
Pontífice y recibieron la palma. Así lo quiso Pío
IX. >>No era don Bosco un embajador del Altísimo?
Al volver a los Rosminianos, Miguel Rúa regaló su
palma al padre Pagani, quien se lo agradeció
mucho. Había celebrado la misa pontificalmente el
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cardenal Bernabé Alessandro, prefecto de la
Sagrada Congregación de Propaganda.
El cardenal Marini, que era uno de los dos
cardenales diáconos asistentes al trono, para que
don Bosco pudiera asistir más de cerca, también en
la capilla Sixtina a todas las otras ceremonias de
la semana santa, le nombró su caudatario. Y así,
el siervo de Dios, revestido con sotana morada,
estuvo casi al lado del Papa durante todo el
ceremonial y pudo saborear el canto gregoriano y
la música de Allegri y Palestrina. El jueves
asistió al pontifical del cardenal Mario Mattei,
en su calidad del más anciano de los obispos
suburbicarios, en lugar del Cardenal decano del
sacro colegio que estaba impedido; siguió al
Pontífice que llevaba procesionalmente el
Santísimo Sacramento a la capilla Paulina para
reponerlo en la urna allí preparada, le acompañó
al balcón vaticano desde el que esperaba Roma la
bendición solemne; asistió al lavatorio de los
pies de trece sacerdotes, efectuado por el Papa en
dos grandísimas galerías del palacio y a su cena
conmemorativa, servida por el mismo Vicario de
Cristo.
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