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las había leído con mucha edificación y que no
había hallado en ellas nada que observar. Un
estilo tan lacónico revelaba la enojosa sorpresa
ocasionada por aquella revelación. El clérigo Rúa
no tardó en darse cuenta de ello, por cierta
frialdad de trato, aun cuando siempre tuvieran con
él las atenciones de la más exquisita
hospitalidad.
El veintisiete de marzo, sábado y víspera del
domingo de Ramos, se había organizado con la
familia De-Maistre y otros ((**It5.899**)) amigos,
una peregrinación en honor de María Santísima. Don
Bosco fue a cumplir sus devociones a la iglesia de
San Agustín, en cuyo altar mayor se venera una
imagen de la Virgen, llevada desde Santa Sofía de
Constantinopla y escondida por los griegos cuando
los turcos invadieron la ciudad. Después de
venerar las reliquias de Santa Mónica y la cámara
subterránea, donde San Lucas escribió su
evangelio, don Bosco fue invitado por los padres
agustinos, que habitan en el contiguo y vastísimo
convento, para ir a su santuario de Genazzano,
diócesis suburbicaria de Palestrina. Allí se
guarda una pintura de la Virgen llamada del Buen
Consejo. En tiempos de Pablo II, apareció ésta
milagrosamente en el muro de aquella iglesia y
allí sigue. Aquel cuadro había desaparecido de
Scútari en tiempo de la invasión de los musulmanes
y los albaneses iban todos los años a visitarla
llorando para rogarla que volviese de nuevo a
ellos.
Don Bosco lo prometió y aquella mañana, en
compañía del conde Rodolfo, su familia y los
empleados, fue a aquel santuario donde el superior
general de los ermitaños de San Agustín procuró
que le recibieran con toda suerte de atenciones.
Celebró la misa, distribuyó la sagrada comunión a
los demás y después de pasar unas horas
deliciosas, volvió a Roma, ya entrada la noche.
Entre tanto el Santo Padre había manifestado su
deseo de que Don Bosco asistiese en el Vaticano al
devoto y magnífico espectáculo de las funciones de
Semana Santa. Por eso encargó a monseñor Borromeo
le invitara en su nombre y le proporcionase un
lugar donde pudiera seguir a su gusto los sagrados
ritos. Monseñor lo hizo buscar por todas partes,
pero el mensajero no pudo con él en todo el día,
puesto que se encontraba en Genazzano. Por fin, al
volver a casa del conde De-Maistre a ((**It5.900**)) hora
avanzadísima, supo que don Bosco ya se había
retirado a su habitación. Mas, al decir que iba de
parte del Papa, le acompañaron a su cuarto y le
presentó la tarjeta de invitación, con la cual era
admitido a recibir la palma bendecida de manos de
Su Santidad. Don Bosco la leyó enseguida y exclamó
(**Es5.638**))
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