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de los errores de los protestantes vio don Bosco
combatidos en estos monumentos de la doble
basílica!
Desde allí fue a la iglesia de forma basilical,
llamada de los cuatro coronados, para visitar los
sepulcros de los santos mártires Severo, Severino,
Carpóforo, y Victorino, martirizados en tiempo de
Diocleciano; pasó luego a San Juan ante la puerta
latina, junto a la cual hay una capilla erigida en
el sitio donde San Juan Evangelista fue metido en
la caldera de aceite hirviendo; llegó hasta la
iglesita del Domine quo vadis, así llamada por
encontrarse en el lugar donde el Divino Salvador
se apareció a San Pedro que huía de Roma, instado
por los fieles, para escapar de la persecución:
->>Adónde vas, Señor?, gritó atónito el
Apóstol.
Y Jesús respondió:
-Vengo para que me crucifiquen otra vez.
San Pedro comprendió y volvió a Roma donde le
esperaba el martirio.
Desde esta iglesia rehizo don Bosco el camino,
después de echar una mirada a la Vía Appia, en la
que ((**It5.895**)) existen
muchos mausoleos de los tiempos paganos que
recuerdan el destino que le espera a toda grandeza
humana.
El veinticinco de marzo, fiesta de la
Anunciación, el marqués Patrizi, llevó a don Bosco
a celebrar la santa misa en la Virgen de la
Encina. Le acompañaban varios socios de la
Sociedad de San Vicente de Paúl. Don Bosco
confesó, predicó y se entretuvo con los muchachos
después de las funciones sagradas; habló de la
fundación de las conferencias anejas y de las
ventajas que de ellas se seguirían; y, al
marcharse, prometió que volvería a aquel querido
Oratorio. Un gracioso episodio sucedió aquella
mañana. Don Bosco, después de cruzar el Tíber, vio
en una plazuela como una treintena de chavales que
se divertían.
Se acercó a ellos. Suspendieron éstos sus
juegos y se quedaron mirándole maravillados. Don
Bosco levantó una mano con una medalla entre los
dedos y exclamó cariñosamente.
-Sois muchos y siento no tener una medalla para
cada uno.
Los chavales se animaron y gritaron a coro
tendiendo las manos:
-íNo importa! íNo importa! íA mí! íA mí!
Don Bosco añadió:
-Bueno, como no tengo para todos, quiero
regalar ésta al mejor. >>Quién es el mejor de
vosotros?
-Yo, yo, gritaron todos a la vez.
Don Bosco continuó:
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