((**Es5.633**)
un pasaje de historia eclesiástica, con diálogos
llenos de vida, refranes y frases graciosas,
advertencias, reproches, promesas, preguntas y
exhortaciones a sus oyentes. Aquellos señores, por
lo que entendían y por lo que no comprendían,
comenzaron a reír con todas sus ganas, hasta que
el Cardenal, que no podía más, le interrumpió con
pena:
-íBasta, basta ya!
Todos reconocieron el maravilloso poder de la
palabra de don Bosco en el alma de los muchachos.
El cardenal Marini, venerando anciano que
apreciaba y quería mucho a don Bosco, le invitó
varias veces a comer en su casa y avisaba a
algunos de sus eminentísimos colegas y otros
amigos a pasar la tarde con el siervo de Dios.
Pero don Bosco no se envanecía por tan grandes
distinciones y el prestigio que de ello le venía,
y entretenía a aquellos personajes, ((**It5.892**))
esplendor de la Iglesia por su ciencia y su
virtud, contándoles con verdadera complacencia los
hechos de su juventud: cuando llevaba la vaquita a
pastar, cuando iba a buscar nidos; cuando servía
en la granja de los Moglia o estudiaba en Chieri,
donde debía pagar la pensión con su duro trabajo
en casa de varios vecinos. De todo ello había
hablado también con el Sumo Pontífice y todos
admiraban su gran sencillez y humildad.
Eran las virtudes que conformaban su carácter
que aparecía constantemente por doquiera que
fuese. Narraba el teólogo Leonardo Murialdo:
En 1858, me encontraba yo en Roma con un
abogado de Turín y hallándome con don Bosco en una
calle, dejé por un momento al abogado y fui a
saludarlo. Cuando volví junto a mi compañero, éste
me preguntó:
->>Quién es ese sacerdote?
-Don Bosco, le contesté.
->>Don Bosco?, dijo el abogado; >>ese sacerdote
que recoge cientos de muchachos? Recuerdo
habérmelo encontrado por la calles de Turín, y, al
no conocerlo y ver su modesto porte y su vestido,
me preguntaba quién podría ser aquel simplón de
capellán.
(**Es5.633**))
<Anterior: 5. 632><Siguiente: 5. 634>