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contempló asombrado las gigantescas ruinas del
anfiteatro Flavio o Coliseo, de forma ovalada, con
sus quinientos veintisiete metros de perímetro
exterior y cincuenta metros de altura en un buen
trecho. En sus tiempos de esplendor, estuvo
recubierto de mármoles, adornado con columnas,
cientos de estatuas, obeliscos y cuádrigas en
bronce.
En su interior tenía todo alrededor inmensos
graderíos capaces para doscientas mil personas,
que asistían a los combates de las fieras, de los
gladiadores y a las matanzas de miles y miles de
mártires. Don Bosco entró en la arena de los
espectáculos que conserva el antiguo espacio de
doscientos cuarenta y un metros de circunferencia.
En la mitad, antre cascotes, hierbas y zarzas se
levantaba una sencilla cruz y en derredor había
catorce capillas para las estaciones del vía
crucis. Don Bosco, quiso lucrar las indulgencias
de aquellas estaciones y, satisfecha su piedad,
del Coliseo se fue al Vaticano, invitado a comer
con el Cardenal Antonelli.
Doquiera iba don Bosco, era recibido
amablemente y ((**It5.888**)) a veces
invitado a comer y a hablar, dado que su hacer,
sencillo y desenvuelto, le ganaba el afecto de
todos. En estos encuentros, sobre todo durante las
primeras semanas que pasó en Roma, cardenales y
prelados trataron de poner a prueba sus estudios y
su habilidad en discurrir. Las preguntas que le
hacían, aunque revestidas de cortesía y habilidad,
llevaban la conversación hacia campos de varias
disciplinas eclesiásticas; y así, exploraban
indirectamente la medida de sus conocimientos.
Muchas veces le sometieron a un verdadero examen,
particularmente sobre historia eclesiástica. A
veces el tema era la cronología, otras los motivos
de convocatoria de algunos concilios y de sus
decretos; bien sobre la vida e influencia de
algunos papas en el orden social, bien sobre la
patria y los hechos de algún confesor de la fe.
Pero don Bosco supo salir siempre bien librado y
con mucho aplauso.
Sucedió, pues, que el veintitrés de marzo tenía
organizada el cardenal Antonelli, una tertulia
después de la comida. Llegaron varios obispos,
nobles e ilustres personajes, entre ellos el
cardenal Marini el cardenal Patrizi, y monseñor
De-Luca, Secretario de la Sagrada Congregación de
Obispos y Regulares. A cierto punto, el cardenal
Marini preguntó a don Bosco dónde había ido
aquella mañana y qué monumentos había visitado.
en el límite divisorio de cuatro de las catorce
regiones en que Augusto había dividido a Roma. Su
forma recordaba la de una meta del Circo. (N. del
T.)
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