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darle gusto; pero aconsejó se presentara al
Cardenal Vicario y hablara con él, para que se
fuera enterando de su promesa. Díjole también, que
había echado una mirada a su Historia de Italia y
a las Lecturas Católicas; alabó la publicación que
iba haciendo con las biografías de los Sumos
Pontífices de los tres primeros siglos y le animó
a escribir, porque así sería benemérito de la
Iglesia, mayormente en aquellos tiempos; y añadió
felicitándolo:
-Vos hacéis revivir a mis antecesores con
vuestras obras, particularmente a aquéllos, cuya
vida servía para alcanzar las noticias referentes
a los Papas.
Le concedió, de viva voz, varias facultades
personales, que don Bosco le había solicitado: la
de ((**It5.885**)) poder
confesar in omni loco Ecclesiae, (en todas las
partes de la Iglesia), y para siempre, y la
dispensa de la obligación de rezar el breviario.
En fin, insatisfecha todavía la bondad del
incomparable Pontífice, le concedía otra facultad
con estas palabras:
-Os concedo todo lo que yo puedo concederos.
Dicho lo cual le impartió su bendición.
Salió don Bosco de la cámara del Papa
confundido y conmovido por aquella memorable
audiencia. La dispensa del breviario era un gran
alivio para su delicada conciencia, puesto que, a
menudo vivía absorbido de la mañana a la noche,
por la multitud de penitentes, visitas y
quehaceres. Sin embargo, mientras pudo, siguió
rezándolo por entero, o al menos en parte, cuando
ya tuvo cansada y enferma la vista y débil el
estómago.
Entre tanto íqué admirable resulta el afecto
del Sumo Pontífice a don Bosco! Desde aquel
momento, Pío IX fue su padre y su amigo: tuvo por
él gran estima, deseaba su conversación, le pidió
más de una vez consejo, le ofreció repetidamente
dignidades eclesiásticas para tenerlo a su lado.
Pero don Bosco, siempre obediente, aún a sus
simples deseos, no creyó deber condescender a
tales ofrecimientos. Mientras solicitaba honores
para los demás, siempre los rechazó para sí mismo.
El día veintidós de marzo fue don Bosco a
participar al Cardenal Vicario, Eminentísimo
Constantino Patrizi, la conversación sostenida con
el Papa sobre la difusión de las Lecturas
Católicas en los Estados Pontificios; y al ver que
el ilustre purpurado se hallaba bien dispuesto en
su favor, le expuso su idea de montar en Roma una
oficina para aceptar y registrar las
suscripciones. El Cardenal aprobó el proyecto y se
((**It5.886**)) se
manifestó dispuesto a secundarlo, hasta a través
de una circular a los Obispos de los territorios
Papales.
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