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Poco le restaba de vida, pues allí concluyó sus
días con espíritu afligido, pero entero, en 1859,
y allí fue sepultado en la cercana iglesia.
Despidióse don Bosco cortésmente de Fray
Andrés, y se encaminó hacia San Lorenzo de Lucina.
Después de un corto trayecto, se encontró bajo el
arco triunfal de Constantino, monumento de la
victoria de la Cruz sobre le paganismo; un poco
más adelante, con el de Tito, que con sus
bajorrelieves, atestigua el cumplimiento de la
profecía de Jesucristo contra Jerusalén.
Llegó por fin a San Lorenzo de Lucina, una de
las más amplias parroquias de Roma, donde quería
ganar las indulgencias y admirar el famoso
crucifijo de Guido: pero no pudo entrar en la
iglesia porque, debido a los trabajos de
restauración que en ella se realizaban, estaba
suprimida la estación para ganar las indulgencias.
El trece de marzo, a las doce y media, en
presencia de don Bosco, se celebró la reunión de
Hermanos de la Sociedad de San Vicente en casa del
Marqués Patrizi, para tratar de la forma de
establecer las conferencias anejas, entre los
chicos de los Oratorios. Se anotaron todas las
sugerencias dadas por don Bosco al efecto, porque
tenían muchas ganas de fundarlas en Roma.
Hacia las dos de la tarde fue don Bosco con
Miguel Rúa a Puente Sixto, para visitar al
reverendo Botaudi. Se entretuvo con él como unas
mialmas, puesto que era hombre muy celoso por todo
lo que se refiere a la gloria de Dios y a la
salvación de las almas. Concretaron algunas cosas
relativas a las Lecturas Católicas, determinaron
lo que importaba para el futuro, y demostró el
reverendo Botaudi que tenía mucho interés en su
difusión.
Al volver de Puente Sixto, fue don Bosco con su
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compañero a ver a monseñor San Marzano, arzobispo
de Efeso. Este noble piamontés residía en el
palacete Sciarra, en la plaza del mismo nombre.
Les recibió con toda bondad y cortesía y, una vez
que don Bosco le comunicó algunos encargos
recibidos en Turín, hablaron mucho sobre la
Biblioteca y los códices del Vaticano. Monseñor
prometió a don Bosco acompañarle al célebre
caballero De-Rossi, hombre muy erudito en
arqueología cristiana.
La estación ante el Santísimo Sacramento, aquel
día, era en la iglesia de Santa María de los
Angeles, en las Termas de Diocleciano. Así se
llama porque está construida donde antiguamente
estaban los famosos baños de aquel emperador, en
cuya construcción trabajaron miles de cristianos
condenados, por su fe, a trabajos forzados. Miguel
Angel Buonarotti convirtió en iglesia, por encargo
del Sumo Pontífice Pío IV, una parte de aquellos
suntuosos edificios.
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