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los ademanes y el bien decir del predicador que
hablaba de la observancia de las leyes civiles.
Después del sermón, como aún le quedaba un poco
de tiempo, don Bosco lo dedicó a visitar la
sacristía, que es magnífica y digna de san Pedro
en el Vaticano.
Eran ya las once y media, y, como aún estaban
en ayunas, fueron a tomar un piscolabis. El
clérigo Rúa partió luego hacia los Rosminianos
porque tenía mucho que escribir; y don Bosco y el
señor Carlos De-Maistre fueron a visitar a
monseñor Borromeo, mayordomo de Su Santidad, que
los recibió muy bien. Tras mucho hablar de los
asuntos del Piamonte y de Milán, su patria,
Monseñor tomó los nombres de don Bosco, del señor
De-Maistre y de Rúa para ponerlos en la lista de
las personas que deseaban recibir la Palma de mano
del Santo Padre.
Junto al despacho de dicho prelado, en torno a
la corte del palacio Pontificio están los museos.
Don Bosco entró en ellos, vio cosas realmente
grandiosas, pero se detuvo especialmente en un
vasto salón oblongo, donde está el museo
cristiano. Allí observó los intrumentos con los
que los perseguidores ((**It5.853**)) de la
Iglesia solían atormentar a los mártires. Admiró
un sinfín de pinturas del Salvador, de la Virgen,
de los Santos y, entre otras, una del Buen Pastor
que lleva una ovejita al hombro. Todos aquellos
objetos fueron hallados en las catacumbas.
-Este es un buen argumento, decía don Bosco al
Conde, que debe hacer enmudecer a los protestantes
cuando acusan a los católicos de que los primeros
cristianos no tenían ni estatuas ni pinturas.
Desde el Vaticano, atravesando el centro de
Roma, pasó don Bosco por la plaza Scossacavalli,
donde trabajaban los escritores de la famosa
revista La Civilt… Cattolica. Entró a visitarlos,
como había prometido al padre Bresciani, y se
encontró con la grata sorpresa de que los
principales sostenedores de la publicación eran
piamonteses.
Don Bosco estaba deseando volver a casa; así
que, pasando todo por alto, estaban ya junto al
Quirinal, cuando he aquí que el rosariero
Foccardi, lo vio con el señor De-Maistre ante su
tienda y les invitó a entrar. En razón de sus
muchas cortesías los entretuvo un rato, pero les
dijo cuando ya era fuerza partir:
-Aquí tienen mi carruaje; yo les acompaño y les
llevo a su casa.
Si bien es cierto que a don Bosco no le gustaba
montar en coche, sin embargo condescendió
amablemente. Fue para él un ejercicio continuo de
virtud durante toda la vida el aguantar con
paciencia y cara de satisfacción, casi cada día,
los desaires de sus adversarios, las
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