((**Es5.603**)
a la calle del Corso, subió de nuevo al carruaje y
fue a casa de la princesa Potocka, de la familia
de los condes y príncipes Sobieski, antiguos
soberanos de Polonia. Allí le habían preparado el
desayuno; pero lo que más le gustó fue la
conversación cristiana y animada de las señoras
invitadas por la Princesa.
El resto del día lo empleó don Bosco en visitar
a otras personas piadosas, de cuyo porte y
conversación quedó muy bien impresionado.
La fama de la bondad de don Bosco se extendía
en Roma por los testimonios de cuantos le habían
tratado en aquellos pocos días. Es más, atestigua
don Miguel Rúa que muchos romanos conocían, y a él
se lo dijeron, el hecho ocurrido en Turín en 1849
del jovencito vuelto a la vida para que pudiera
confesarse y que estaban muy enterados de lo
ocurrido en tal ocasión. De hecho, se hallaban en
Roma algún prelado, varios sacerdotes y unos
cuantos padres de la Compañía de Jesús, todos
piamonteses, que conocían muy bien a don Bosco y
su vida. Sobre todo el conde De-Maistre no cesaba
de hacer propaganda de don Bosco en las ((**It5.850**)) casas
señoriales y en los palacios cardenalicios y, como
era hombre admirado por sus virtudes, todos le
creían.
Pero no se sabe que don Bosco hiciera nada de
extraordinario en esta su primera visita a Roma,
aunque le pidieron varias veces la bendición, a no
ser el hecho siguiente del que don Miguel Rúa fue
testigo ocular.
Fue a visitar a un señor que tenía un tumor en
la rodilla; lo bendijo, le dirigió unas palabras
de aliento y salió de la habitación. La esposa
acompañó a don Bosco y le preguntó si su marido
sanaría.
Respondió don Bosco que todos estamos en las
manos de Dios, que es un Padre muy bueno, y que él
haría lo que más conviniera al enfermo.
La señora insistió, porque deseaba saber si su
marido moriría de aquella enfermedad.
Don Bosco replicó:
-Pongámonos en las manos de Dios con plena
confianza, recemos, y todo saldrá bien. Y, entre
tanto, resignémonos a lo que él disponga.
Pero la señora siguió importunando de tal modo
a don Bosco con sus súplicas, que le obligó a
decir toda la verdad, y con buenas palabras le
aconsejó se resignase a ofrecer a Dios el
sacrificio de su marido.
La señora quedó vivamente impresionada y
enmudeció. Su marido
(**Es5.603**))
<Anterior: 5. 602><Siguiente: 5. 604>