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Mientras se movía don Bosco por aquellos
inmensos locales ((**It5.845**))
acompañado por el Cardenal y algún superior
subalterno, he aquí que se oyó silbar y cantar.
Era un muchacho que bajaba por la escalera de
honor, y que en una de las curvas se encontró
improvisamente ante el Cardenal, su Director y don
Bosco. El canto se heló en sus labios y se quedó
tieso con la gorra en la mano y la cabeza gacha.
->>Así aprovechas, díjole el Director, los
avisos y enseñanzas que se os dan? íEres un mal
educado! Ve al taller y espérame para recibir el
merecido castigo. Y usted perdone don Bosco...
->>Por qué?, replicó don Bosco, mientras el
muchacho había desaparecido. Yo no tengo nada que
perdonar y tampoco entiendo en qué haya faltado
ese pobrecito.
->>No le parece una falta de respeto ir
silbando groseramente?
-Pero era involuntario; y sabe usted mejor que
yo, querido amigo, lo que San Felipe Neri
acostumbraba a decir a los muchachos que iban a
sus Oratorios: -íEstad quietos si podéis! Y si no
podéis, gritad, saltad, con tal de que no hagáis
pecados. -Yo también exijo, en determinados
momentos del día, el silencio; pero no me preocupo
de ciertas faltas pequeñas, hijas de la
irreflexión; por lo demás, dejo a mis chicos en
plena libertad de gritar y cantar en el patio y
subiendo y bajando las escaleras; suelo
recomendarles solamente que me respeten al menos
las paredes. Es mejor un poco de ruido que un
silencio resentido y sospechoso... Pero lo que
ahora me da pena, es que este pobre muchacho
estará preocupado por su reprensión... y
resentido... >>Le parece bien que vayamos a su
taller y le consolemos?
El Director, muy cortésmente, se adhirió a su
deseo y, en cuanto llegaron al taller, don Bosco
llamó al muchacho que, molesto y acobardado,
procuraba ((**It5.846**))
esconderse, y le dijo:
-Amigo, tengo que decirte una cosa. Acércate,
que tu buen superior te da permiso.
El muchacho se acercó y don Bosco prosiguió:
-Lo he arreglado todo, >>sabes?, pero con una
condición: que de hoy en adelante seas siempre
bueno y seamos amigos. Toma esta medalla y en pago
le rezarás una Avemaría a la Virgen por mí.
El joven conmovido besó la mano que le ofrecía
la medalla y dijo:
-Me la pondré al cuello y la llevaré siempre
como recuerdo suyo.
Sus compañeros, que ya sabían lo ocurrido,
sonreían y saludaban a don Bosco que cruzaba la
amplia sala, mientras el Director hacía
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