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de empleados y de personajes muy calificados. Por
ello resultaban inevitables las discriminaciones y
las envidias.
La comida diaria de la comunidad abundaba en
carne y vino. Personas pudientes hacían notar que
la mayor parte de los alumnos, no podrían seguir
honestamente aquel plan de vida cuando salieran
del Hospicio.
Las artes mecánicas, que deberían haber
asegurado el pan a la mayoría de los asilados,
estaban un poco abandonadas por su humilde
condición. Eran preferidas las artes liberales
porque daban más lustre al establecimiento, sobre
todo las alfombras y tapices que adornaban los
palacios de algunos príncipes.
Era también ocasión de quejas el sistema
represivo que se usaba para mantener la disciplina
entre los muchachos; y se empleaban castigos
corporales anticuados, no muy severos, pero que
degradaban a los transgresores del reglamento.
((**It5.844**)) Aquella
misma mañana habían intentado los amigos convencer
a don Bosco de que hiciera la prueba para ver si
conseguía que terminaran semejantes desórdenes,
comunicando al Cardenal Presidente las voces que
corrían por Roma contra determinados
administradores de la Obra Pía. Pero don Bosco no
creyó oportuno meterse en cosas semejantes.
Sin embargo él observaba todo: muchachos, jefes
de taller, maestros y asistentes. Examinaba a unos
y a otros, con aquella cándida delicadeza, que le
era tan natural, se daba cuenta del espíritu que
reinaba, y grababa en su mente lo que le parecía
más digno de consideración. Vio en tanto que
paredes y pavimentos relucían como espejos, que
brillaba la salud de los alumnos, que era
constante la vigilancia de los asistentes, que se
enseñaba con amor la ciencia del catecismo, que
estaban señalados los días para confesarse y
comulgar. Y que en todas las secciones, se daba
una instrucción literaria proporcionada a su
estado.
Así pues, constató que, si existía algún
defecto más o menos grave, del que ninguna obra
humana se ve libre, sin embargo se hacía un gran
bien a los hijos del pueblo. Pero no tanto como
podía esperarse; en efecto, no se le escapó el
encogimiento y evidente temor que se manifestaba
en muchos alumnos, cuando aparecían los superiores
ante ellos o cuando tenían que acudir a rendir
cuentas en las oficinas de la dirección. Esto le
sentaba mal don Bosco, porque el carácter de los
muchachos romanos es abierto y afectuoso; por ello
pensaba cómo dar una lección práctica a los
superiores, sobre su sistema educativo; y le vino
la ocasión a las manos.
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