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((**Es5.597**) Don Bosco, penetrado de estos sentimientos, tan a propósito para conmover una alma llena de fe, acercóse a la Cátedra de San Pedro y, después de renovar su saludo, dirigió sus pasos hacia la parte meridional de la Basílica y admiró otras tumbas pontificias, examinó las suntuosas capillas y los altares, especialmente el de la Virgen de la Columna, así llamado por la imagen de la Virgen pintada sobre una columna de la antigua Basílica Constantiniana. Veneró también las urnas que encierran los cuerpos de diversos santos: de los apóstoles Simón y Judas, de San León Magno, de los Santos León II, III y IV, de San Bonifacio IV, de San León IX, de san Gregorio Magno y de San Juan Crisóstomo. Por fin se detuvo en la última capilla de la nave menor, o sea en el baptisterio cuya concha es de pórfido. Esta segunda visita a San Pedro terminó media hora después del mediodía, por lo que el Señor Carlos De-Maistre dejó para otra ocasión el subir a la cúpula. ((**It5.841**)) Después de comer y descansar un rato, fue a dar un vistazo al palacio apostólico del Quirinal, y entró en la iglesia de San Andrés, junto al noviciado de los Padres Jesuitas, donde, en una capilla cubierta de los más preciosos mármoles, descansa bajo el altar el cuerpo de San Estanislao de Kostka. El cuatro de marzo lo dedicó don Bosco a visitar la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, junto a la cual hay un convento de Cistercienses. Fue con Miguel Rúa, bajo una lluvia torrencial y llegó calado de pies a cabeza; pero la satisfacción experimentada en esta iglesia compensó la incomodidad. Es ésta una de las siete basílicas que se visitan para ganar las indulgencias. Fue erigida por Constantino el Grande, en recuerdo de la invención de la Santa Cruz en Jerusalén por Santa Elena, su madre. Allí se conserva una parte considerable del sagrado madero y el Título de la cruz. Bajó don Bosco a la capilla de Santa Elena, llamada la santa Capilla, porque la emperatriz hizo transportar allí mucha tierra del Monte Calvario. Frente a ella está la capilla Gregoriana, en la que se puede lucrar indulgencia plenaria aplicable a las almas del Purgatorio, por quien celebra la misa y por quienes la oyen. Don Bosco celebró el Santo Sacrificio en este altar. El Padre Abad, Marchini de nombre y piamontés, tuvo con él toda suerte de atenciones y le mostró la biblioteca riquísima en pergaminos antiguos. El cinco de marzo llovió casi todo el día. Don Bosco lo dedicó a escribir. El conde Carlos le llevó una triste noticia. A las diez de la mañana, tras breve enfermedad, y después de recibir con edificante (**Es5.597**))
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