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((**Es5.596**) lugar hasta el Quirinal era larga y tenía prisa, no pensó en hacerse acompañar por alguno de los socios, que seguían todavía en animada conversación. Y hete aquí a don Bosco perdido por Roma, sin saber hacia dónde dirigirse. Después de vagar pacientemente de acá para allá, encontró un coche de servicio público que lo llevó a su casa. El tres de marzo lo tenía destinado para continuar la visita de la Basílica Vaticana. A las seis y media de la tarde salió de casa don Bosco con el clérigo Rúa y el conde Carlos. Llegaron a San Pedro, frente al altar papal que, aislado en medio del crucero, se yergue majestuoso sobre siete gradas de mármol blanco. Delante de él hay en el pavimento un amplio vacío uniforme, circundado por una preciosa balaustrada sobre la que arden continuamente ciento doce lámparas sostenidas por cornucopias de metal dorado; y desde el cual, por una doble escalera de mármol, se baja al rellano de la Confesión, bajo el altar papal. Es una capilla adornada de mármoles preciosos, de estucos dorados, y de veinticuatro bajorrelieves en bronce que representan los hechos principales de la vida de San Pedro; en el subterráneo de ésta se oculta la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Don Bosco tuvo la fortuna de celebrar la santa misa en el altar de esta capilla, adornada con dos antiquísimas imágenes de San Pedro y San Pablo pintadas sobre una plancha de plata. Después de haber orado largamente, subió de nuevo a la Basílica y echó un atento vistazo a la nave del crucero que tiene ciento treinta y cinco metros de larga. Sobre el altar papal, se levanta la inmensa cúpula de cuarenta y dos metros y siete decímetros de diámetro. Por su altura y amplitud, por los espléndidos trabajos en mosaico que en ella realizaron los más célebres artistas, deja encantado ((**It5.840**)) a quien la contempla. Está sostenida por cuatro columnas; cada una de ellas mide setenta metros con ochenta y cinco centímetros de perímetro y tiene una galería llamada de las reliquias. Guardan el santo lienzo de la Verónica, una porción de la Santa Cruz, la sagrada lanza y el cráneo de San Andrés. Es célebre la reliquia de la Santa Faz, que se cree sea el lienzo de que se sirvió el Divino Salvador para enjugarse el rostro bañado en sangre. En él quedó impresa su cara, que entregó a Santa Verónica mientras subía al monte Calvario. Personas dignas de fe atestiguan que esa santa Faz sudó sangre varias veces, el año 1849, y que cambió de color mudando las primitivas facciones. Estos hechos fueron escritos y los canónigos de San Pedro daban testimonio de ello. (**Es5.596**))
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