((**Es5.591**)
popularidad y la claridad del predicador nos
explicaron el porqué de la gran audiencia que
tenía.
>>A las cinco estaba de vuelta en casa para ir
a visitar al Eminentísimo cardenal Antonelli,
Secretario de Estado, quien, dos días antes, nos
había dado audiencia privada para el domingo a las
seis de la tarde. El conde Rodolfo De-Maistre tuvo
la delicadeza de acompañarme en su coche hasta el
Palacio Vaticano. Iba yo con manteo cuando bajé
del coche y entré por las majestuosas escaleras
del palacio Papal. En la primera planta está el
apartamento del Santo Padre y en la planta
superior el del Secretario de Estado. Fui
introducido enseguida al gabinete del ilustre
purpurado. Hay que acercarse al cardenal Antonelli
para conocer su bondad, su prudencia, sus amplios
conocimientos y el cariño que demuestra por
nuestras tierras.
>>Tratarle es lo mismo que hacerse su amigo.
Este ha sido uno de los días hermosos de mi
vida>>.
La misma favorable impresión experimentó el
Cardenal desde el primer instante en que vio a don
Bosco, el cual trataba con todos sin acepción de
personas. De aquí su libertad de espíritu para
conversar a la buena con príncipes, y ministros,
con los más eminentes prelados y hasta con el Rey
y con el mismo Romano Pontífice, mas sin faltar
por ello al debido respeto y atención
correspondientes a su grado y autoridad. Siempre
atento, sencillo y humilde, en sus palabras y en
sus actos, era para los grandes como para los
pequeños, el mismo don Bosco alegre, ((**It5.833**))
tranquilo y amable que tanto cautivaba a los
muchachos del Oratorio.
El Cardenal, después de recibir de don Bosco
los pliegos confidenciales que llevaba de Turín,
le concedió una audiencia de casi dos horas. Su
Eminencia tuvo la satisfacción de conversar con él
sobre las Lecturas Católicas, la Historia de
Italia, los Oratorios festivos, los muchachos de
la Casa y de sus diversas categorías; pasó luego a
hablar del Santo Padre, de su fuga de Roma el mil
ochocientos cuarenta y ocho, de su estancia en
Gaeta, del obsequio de las treinta y tres liras de
los muchachos turineses y de los rosarios
bendecidos que, agradecido, les había regalado Pío
IX. Por fin manifestó don Bosco al Cardenal la
finalidad principal de su viaje a Roma y la
necesidad que tenía de comunicar sus ideas al
glorioso Pío IX y de oír sus altos consejos. El
Cardenal le prometió comunicárselo a Su Santidad y
conseguirle una audiencia privada.
Cerca de la calle de Porta Pía está la iglesia
llamada de Nuestra Señora de la Victoria, en cuyo
altar mayor se conserva una imagen
(**Es5.591**))
<Anterior: 5. 590><Siguiente: 5. 592>