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un gran corazón, por lo que no se sonrojaba de ir
limosneando por su hijos adoptivos. El Papa Pío
VI, que vio nacer aquella institución bajo su
pontificado, le compró una casa, se hizo su
insigne bienhechor y sus sucesores imitaron su
ejemplo.
Tiene el centro un director, que elige un
compañero coadjutor;muerto aquél, sucédele éste.
Recibe niños de los nueve a los catorce años,
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tiene hasta los veinte. Los mayores y mejores son
los jefes en los dormitorios y los más instruidos
enseñan a los otros a leer, escribir y contar.
Algunos clérigos y seglares, les dan clase por la
noche. La mayoría de los asilados aprenden un
oficio, que ellos mismos eligen.
Como no tenían talleres en casa, salían a
aprender el oficio en los de la ciudad, como se
hacía al principio entre nosotros. A algunos se
les permite seguir el aprendizaje de las bellas
artes, y los estudios, pero después de haber dado
buenas pruebas de piedad sincera e ingenio sagaz.
No tenían más fondos de subsistencia que ciento
cincuenta liras mensuales que daba Pío IX, algunas
limosnas y una parte de lo que ganaban los mismos
huerfanitos. Estos dejaban para el Centro hasta
quince bayocos 1 de sus pagas, y lo demás se
guardaba en caja a su cuenta.
La Institución, que depende directamente del
Papa, está bajo la protección de la Asunción de
Nuestra Señora y de San Francisco de Sales. Todo
llevaba la marca de nuestro internado: la hora de
levantarse y de acostarse, los dormitorios y la
asistencia, el Santo protector en cada dormitorio
Don Bosco vio con plena satisfacción que había
establecido en Turín la obra de Tata Giovanni sin
ni siquiera conocerla. Y es que las obras de
caridad, unas más, otras menos, todas se asemejan,
porque su autor es Dios y su inspiradora la
Iglesia, que no cambia nunca con los cambios de
tiempos y lugares.
Pío IX, siendo simple sacerdote, fue director
de aquel Hospicio durante siete años y siempre lo
consideraba como algo suyo. En él se conservaba
todavía la habitación que él ocupara. Aquel año
había cerca de ciento cincuenta muchachos.
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