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como el coro del altar papal. Cuatro estatuas
gigantescas de metal, encima del altar, sostienen
una gran silla pontifical del mismo material. Las
dos delanteras representan a San Ambrosio y San
Agustín y las dos posteriores a San Atanasio y San
Juan Crisóstomo. Encajada en la silla de bronce se
conserva como preciosa reliquia otra de madera
incrustada con varios bajorrelieves en marfil.
Esta silla perteneció al Senador Pudente y
sirvió al apóstol San Pedro y a muchos otros
Pontífices después de él.
Después de venerar aquel símbolo del infalible
magisterio de la Iglesia, don Bosco volvió a
postrarse delante de la Confesión de San Pedro;
luego fue a inclinar su cabeza ante la estatua de
bronce del Príncipe de los apóstoles colocada en
un pilar de la derecha y besar respetuosamente el
pie, que sobresale un poco del pedestal,
desgastado en buena parte por los labios de los
fieles. Es una estatua hecha fundir por San León
Magno, sirviéndose del bronce de la de Júpiter
Capitolino, en recuerdo de la paz obtenida sobre
Atila.
Sonaban las cinco de la tarde y don Bosco
estaba cansadísimo; desde las once de la mañana,
siempre en pie, se movía por aquella nave de la
Basílica. Tuvo que volver a las Quattro Fontane.
((**It5.830**)) El
sábado, veintisiete de febrero, fue un día
lluvioso y no pudo continuar su visita al
Vaticano, que estaba muy distante; dedicó gran
parte del día, con el clérigo Rúa, a escribir. Por
la tarde fue a la Vicaría General de la Diócesis
para que le autorizaran el célebret ya que, de
otro modo no podía celebrar misa en las iglesias
de Roma. Desde allí se resolvió a ir a ver algún
centro de beneficencia para muchachos, donde
confiaba encontrar alguna idea y estímulo para
proseguir trabajando cada día con mayor empeño por
el bien material y espiritual del Oratorio.
Fue, pues, a visitar el Hospicio de Tata
Giovanni, (Papá Juan), situado en la calle de
Santa Ana de los Carpinteros, y le gustó mucho por
su origen, por su finalidad y por la buena marcha
del mismo.
Hacia fines del siglo XVIII hubo un pobre
albañil, llamado Juan Burgi, que al ver los muchos
pobres huerfanitos que vagaban por las calles de
Roma, andrajosos y descalzos, tuvo lástima de
ellos y recogió a unos cuantos en una casita
arrendada. Bendijo Dios aquella obra y fue
creciendo el número de muchachos; se amplió el
local y los chicos, agradecidos y encariñados con
su bienhechor, empezaron a llamarle Tata, que en
el lenguaje del pueblo romano significa padre. De
donde le vino al Hospicio el título de Tata
Giovanni, que aún conserva. Burgi contaba con
pocos medios de fortuna, pero poseía
(**Es5.589**))
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