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El veintitrés de febrero tuvo don Bosco la gran
satisfacción de visitar la iglesia de San Pedro ad
Víncula, sita al mediodía de la ciudad y confiada
a los Canónigos Regulares de San Agustín. Es
tradición constante que el primer Vicario de
Jesucristo erigiera en este lugar la primera
capilla cristiana. Era un día excepcional, porque
se podían ver las cadenas de San Pedro, lo que
sucede raras veces. Así, pues, don Bosco y su
clérigo tuvieron la suerte de tocarlas con sus
manos, besarlas, ponérselas al cuello y en la
frente.
Al salir de la iglesia dieron los primeros
pasos en busca de una recomendación, indispensable
para empezar las formalidades de la aprobación de
las reglas de la Pía Sociedad. Hacia las nueve
fueron a la iglesia de Santa María sobre Minerva,
así llamada por estar edificada sobre las ruinas
de un templo dedicado a aquella diosa. Entraron en
el convento, donde fueron muy bien recibidos por
el cardenal Gaude, que vivía allí mismo y ya los
esperaba. El purpurado, que tenía muy buena
amistad con don Bosco, lo entretuvo en audiencia
privada casi una hora y media.
Gozaba el Cardenal charlando en su querido
dialecto piamontés, le preguntaba por los
Oratorios festivos, inquiría cómo andaba la
situación de la Iglesia en los Estados Sardos y
escuchaba con agrado lo que don Bosco le sugería
sobre las Constituciones, que llevaba consigo. Con
sus palabras y su porte demostraba que la alta
dignidad que gozaba no le había disminuido su
humildad, y mucho menos ((**It5.823**)) su amor
a la patria y su cariño para con sus antiguos
amigos. Tanto en esta visita, como en todo cuanto
le ocurrió a don Bosco en su trato con el
Cardenal, le ayudó mucho el dominico padre Marchi,
que tuvo con él gran deferencia y se ofreció a
ayudarle en todo cuanto pudiera necesitar durante
su estancia en Roma.
Después de comer fue a visitar al marqués Juan
Patrizi, sobrino del Cardenal Vicario, que vivía
en la plaza llamada de San Luis de los Franceses.
Don Bosco le entregó una carta del conde Cays y
sostuvo con él una larga conversación sobre la
sociedad de San Vicente en Roma, de la que era el
Marqués uno de los presidentes más activos. Vino
así a saber que había quince conferencias, que
todas contaban con abundantes medios económicos, y
experimentó una viva satisfacción al saber que los
socios extendían sus cuidados al patronato de
muchachos abandonados, en favor de los cuales
habían gastado durante el año anterior dos mil
liras.
Frente al palacio Patrizi se levanta la
espléndida iglesia de San Luis de los Franceses:
don Bosco la visitó y luego se dirigió hacia las
Quattro Fontane, cansado porque ya había cumplido
algunos de los
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