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((**Es5.583**) vale, su unción, su interés por la salvación de las almas, que brotaban con espontaneidad del corazón, satisficieron plenamente a don Bosco. Empleó el resto del día en ordenar lo papeles que había llevado consigo, mandó a Miguel Rúa a entregar las cartas a su dirección y fue al convento de los dominicos en Santa María sobre Minerva para visitar al cardenal Gaude, pero había salido de casa. Entonces, aprovechando la hora que le quedaba antes de ponerse el sol, se acercó al Panteón, uno de los monumentos más antiguos y más célebres de la Roma pagana, dedicado al culto del verdadero ((**It5.821**)) Dios, de María Santísima y de todos los Santos por el Pontífice Bonifacio IV. Se llamó Santa María de los Mártires, porque dicho Pontífice, hizo transportar, desde la catacumbas, veintiocho carros de reliquias, que colocó bajo el altar mayor. De vuelta a su habitación, organizó su programa para establecer contacto con personajes de la ciudad eterna y con su ayuda comenzar enseguida sus visitas a los lugares más famosos, a los santuarios, a las basílicas y a las iglesias que se encuentran por doquier. Su ardiente devoción necesitaba desahogo, su inteligencia le pedía admirar las obras que los Papas habían levantado en Roma, su memoria anhelaba evocar las gestas admirables de los mártires gloriosos entre las majestuosas ruinas del imperio. Quería adquirir conocimientos exactos para seguir escribiendo las Lecturas Católicas, sobre todo las que trataban de Historia eclesiástica y de la vida de los Papas. Ansiando verlo todo despacio, también las maravillas del arte antiguo y moderno, determinó dedicarle un mes entero sin ninguna otra distracción. Miguel Rúa tenía que ayudarle y le ayudó, porque aunque se hospedaba con los Rosminianos, iba casi todos los días al palacio de los De-Maistre y don Bosco le dictaba muchas notas sobre cuanto había leído, visto u oído a personas instruidas en la historia y las relaciones de la ciudad eterna. De ello salieron unas memorias, hasta ahora inéditas, ricas de preciosas noticias, gracias a las cuales podremos seguir a nuestro don Bosco paso a paso, dejando de lado descripciones que nos aparten de nuestro fin. El clérigo Rúa le acompañaba con frecuencia. Y aún le dio don Bosco otro trabajo; ((**It5.822**)) en los ratos libres y en los días que llovía, escribía un nuevo Mes de Mayo, en honor de María Santísima, y Rúa se llevaba consigo las hojas escritas y corregidas, con numerosas tachaduras y añadiduras y las volvía a escribir con letra clara para enviarlas a la imprenta de Turín. (**Es5.583**))
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