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vale, su unción, su interés por la salvación de
las almas, que brotaban con espontaneidad del
corazón, satisficieron plenamente a don Bosco.
Empleó el resto del día en ordenar lo papeles
que había llevado consigo, mandó a Miguel Rúa a
entregar las cartas a su dirección y fue al
convento de los dominicos en Santa María sobre
Minerva para visitar al cardenal Gaude, pero había
salido de casa. Entonces, aprovechando la hora que
le quedaba antes de ponerse el sol, se acercó al
Panteón, uno de los monumentos más antiguos y más
célebres de la Roma pagana, dedicado al culto del
verdadero ((**It5.821**)) Dios,
de María Santísima y de todos los Santos por el
Pontífice Bonifacio IV. Se llamó Santa María de
los Mártires, porque dicho Pontífice, hizo
transportar, desde la catacumbas, veintiocho
carros de reliquias, que colocó bajo el altar
mayor.
De vuelta a su habitación, organizó su programa
para establecer contacto con personajes de la
ciudad eterna y con su ayuda comenzar enseguida
sus visitas a los lugares más famosos, a los
santuarios, a las basílicas y a las iglesias que
se encuentran por doquier. Su ardiente devoción
necesitaba desahogo, su inteligencia le pedía
admirar las obras que los Papas habían levantado
en Roma, su memoria anhelaba evocar las gestas
admirables de los mártires gloriosos entre las
majestuosas ruinas del imperio. Quería adquirir
conocimientos exactos para seguir escribiendo las
Lecturas Católicas, sobre todo las que trataban de
Historia eclesiástica y de la vida de los Papas.
Ansiando verlo todo despacio, también las
maravillas del arte antiguo y moderno, determinó
dedicarle un mes entero sin ninguna otra
distracción.
Miguel Rúa tenía que ayudarle y le ayudó,
porque aunque se hospedaba con los Rosminianos,
iba casi todos los días al palacio de los
De-Maistre y don Bosco le dictaba muchas notas
sobre cuanto había leído, visto u oído a personas
instruidas en la historia y las relaciones de la
ciudad eterna. De ello salieron unas memorias,
hasta ahora inéditas, ricas de preciosas noticias,
gracias a las cuales podremos seguir a nuestro don
Bosco paso a paso, dejando de lado descripciones
que nos aparten de nuestro fin. El clérigo Rúa le
acompañaba con frecuencia. Y aún le dio don Bosco
otro trabajo; ((**It5.822**)) en los
ratos libres y en los días que llovía, escribía un
nuevo Mes de Mayo, en honor de María Santísima, y
Rúa se llevaba consigo las hojas escritas y
corregidas, con numerosas tachaduras y añadiduras
y las volvía a escribir con letra clara para
enviarlas a la imprenta de Turín.
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