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->>Conoce usted quizás algún remedio para mi
mal?, preguntó el mesonero.
-Pues sí que lo tendría, contestó don Bosco.
-Hágame usted el favor. Se lo agradeceré
infinito.
-Lo tengo, pero antes necesitaría saber si
hablo con un buen cristiano.
-Claro que soy cristiano.
-Pues bien, empiece hoy a rezar un padrenuestro
y una avemaría en honor de San Luis y una Salve a
la Santísima Virgen durante tres meses. El domingo
vaya a cumplir con sus devociones y, si tiene fe,
esté seguro de que le dejará la fiebre.
-Ya hace algún tiempo que he dejado mis
devociones.
-Precisamente por eso, concluyó don Bosco y
tenga confianza en Dios. Entre tanto déjelo de mi
cuenta, agregó; le prescribo una receta que le
librará para siempre de los fastidios de la
fiebre.
Tomó luego un pedazo de papel, escribió a lápiz
su receta y le encargó que la llevara a un
farmacéutico. El mesonero estaba fuera de sí de
alegría. Y, no sabiendo cómo demostrarle su
agradecimiento, besaba y volvía a besar la mano de
don Bosco.
Fue también interesante el conocimiento que
hizo allí con un guardia pontificio llamado
Pedrocchi. Pensaba él que ((**It5.818**)) conocía
a don Bosco y le parecía a don Bosco que le
conocía a él, por lo que se saludaron alegremente.
Diéronse cuenta del engaño, pero la amistad y las
expresiones de benevolencia y de respeto
continuaron. Don Bosco, por condescendencia, tuvo
que dejar que le pagase un café y él pagó al
guardia una copa de ron. Pidióle el nuevo amigo un
piadoso recuerdo y don Bosco le dio un medalla de
San Luis Gonzaga. La serena cordialidad de don
Bosco ganaba continuamente nuevos amigos de toda
suerte, doquiera ponía los pies.
Montaron nuevamente los viajeros en la
diligencia, y volando, más con el deseo que con el
trotar de los caballos, les parecía a cada momento
estar en Roma. Don Bosco no se resentía del
movimiento del carruaje, pero se echaba encima la
noche; con la oscuridad no se veía nada y continuó
la carrera hasta las diez y media de la noche.
Un escalofrío asaltó a los viajeros al pensar
que entraban en la Ciudad Santa.
Uno decía:
-Estamos en Roma.
Otro:
-Estamos en la tierra de los santos.
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