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se levantó enseguida y quiso prestar a don Bosco
la ayuda que en aquel momento necesitaba.
Al amanecer del veinte de febrero, entraba el
barco en el puerto de Livorno. Los viajeros podían
bajar a tierra y quedarse desde las siete de la
mañana hasta las cinco de la tarde, a condición de
hacer visar el pasaporte, lo que requería pagar
derechos, propinas y aguantar fastidios sin fin.
((**It5.813**)) A don
Bosco le hubiera gustado visitar la ciudad,
celebrar misa y saludar a algún amigo, pero no
pudo hacerlo. Al contrario, subió al puente un
momento, pero tuvo que volver a su litera,
renunciar a toda suerte de alimento y quedarse a
la buena ventura. Un joven camarero llamado
Charles, empezó a tenerle compasión. Iba de cuando
en cuando a ofrecerle sus servicios. Don Bosco, al
verlo tan bueno y cortés, empezó a conversar con
él y entre otras cosas le preguntó si no tenía
miedo a ser burlado yendo a menudo a visitar a un
sacerdote, ya que eran muchos los señores que le
observaban.
-No, contestó el camarero en francés, ya ve que
nadie se extraña, sino que todos le miran con
simpatía, y querrían ayudarlo de algún modo. Por
otra parte, mi buena madre me recomendó siempre
tener mucho respeto a los sacerdotes y me decía
que éste era un medio para ganarnos la bendición
del Señor.
El simpático Charles, deseoso siempre de
aliviar a don Bosco, fue a llamar al médico de a
bordo. Acudió el doctor y sus afables modales
calmaron un poco al paciente.
->>Entiende usted francés?, preguntó el doctor.
-Entiendo, dijo don Bosco, todos los lenguajes
del nundo, también los que no se escriben, hasta
el de los sordomudos.
Decía esto don Bosco para sacudirse un poco de
una especie de letargo que le aturdía. El otro
entendió la broma y se echó a reír diciendo:
-Peut être, peut être!
Mientras tanto fue examinando el estado del
enfermo y le dijo que al mareo se había unido la
fiebre, ocasionada por falta de transpiración y
que una infusión de té le iría muy bien. Don Bosco
((**It5.814**)) dio las
gracias al doctor y le preguntó su nombre.
-Mi nombre, dijo, es Jobert de Marsella, doctor
en medicina y cirugía.
Charles, atento a las indicaciones del doctor,
preparó en un periquete a don Bosco una riquísima
taza de té, luego otra y más tarde la tercera. La
infusión le rehizo, empezó a sudar suavemente y se
durmió. Pero llegaron las cinco, levaron anclas y
el barco se metió en
(**Es5.577**))
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