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donde estuvo la primera casa. Tomaban al mediodía
una abundante escudilla de sopa y al desayuno y a
la cena un buen bollo de pan que comían mientras
hacían recreo.
Después de verlo todo, charló don Bosco un rato
con el abate Montebruno sobre el proyecto de unir
sus dos obras y luego salió con Miguel Rúa a la
ciudad. Pero como se levantó un viento molesto,
después de unas vueltas, fue a Santa María del
Castillo, donde tienen su convento los Dominicos.
El Padre Cottolengo, hermano del venerable
fundador de la Pequeña Casa de la ((**It5.810**)) Divina
Providencia de Turín, párroco de aquella
antiquísima iglesia, recibió con agasajos a los
dos gratos visitantes, les hizo servir un
refrigerio y les obligó a quedarse con él para
cenar y dormir. Pasaron una tarde excelente y
cuando don Bosco y el Padre Cottolengo se quedaron
solos, prolongaron su conversación hasta la una de
la madrugada.
A la mañana siguiente, don Bosco celebró la
santa misa en la iglesia de los padres dominicos
en un altar dedicado al Beato Sebastián Maggi,
fraile dominico muerto hace más de tres siglos. Su
cuerpo es un continuo milagro, porque se conserva
intacto, flexible y con un color que parece muerto
hace pocos días. En torno del altar hay multitud
de exvotos y otros signos de gracias recibidas. Es
objeto de gran veneración y meta de un numeroso
concurso de fieles que van a implorar gracias del
Señor por intercesión de su fiel siervo.
Don Bosco esperaba partir el diecinueve por la
mañana, pero falló su esperanza. El viento
contrario había retrasado la llegada del barco, en
el que debía embarcarse y, por tanto, muy a pesar
suyo, tuvo que esperar hasta entrada la tarde.
Puede decirse que las veinticuatro horas de Génova
fueron para él una auténtica bilocación. Estaba
con el cuerpo en Génova, pero con el pensamiento
en Turín, ya que pensaba que, de haber previsto
aquel contratiempo, habría podido pasar un día más
en familia.
Había de ir a obtener el visto bueno del
pasaporte. El caballero Scorza, cónsul pontificio
residente en Génova, recibió a don Bosco con mucha
amabilidad y él mismo despachó la documentación
para la policía. Trató de conseguirle algún
descuento en los pasajes del barco, pero no le fue
posible. Por eso, limitóse a darle algunos
encargos para ((**It5.811**))
Civitavecchia y para Roma, con una carta de
presentación para el Delegado Pontificio en
Civitavecchia.
Así, pues, don Bosco después de reservar las
plazas en el barco a vapor Aventino, fue a comer
con los padres dominicos, quienes le trataron
exquisitamente y le entregaron varias cartas para
Civitavecchia y Roma. De allí volvió con su
compañero a las colinas de
(**Es5.575**))
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