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entre las gargantas de los altos y escarpados
Apeninos, por viaductos y túneles hasta que se
paró en Busalla. Aquí, subieron y se sentaron
junto a don Bosco dos montañeses. Uno de ellos
estaba descolorido, enfermizo y causaba pena. El
otro tenía un aspecto lleno de vida y aunque
rozase los setenta años, demostraba todo el vigor
de un joven de veinticinco. Vestía calzón corto, y
polainas casi desabrochadas, de manera que se le
veían las piernas, las rodillas desnudas y
curtidas por el frío. Estaba en mangas de camisa,
con una camiseta y una chaqueta de paño grueso que
llevaba como simple formalidad sobre los hombros.
Don Bosco, a quien gustaba entretenerse con la
gente del pueblo, después de haberle hecho hablar
de muchas cosas le dijo:
->>Por qué no se pone usted la ropa de modo que
le defienda del frío?
El otro contestó:
-Mire, señor; somos montañeses y estamos
acostumbrados al viento, a la lluvia, a la nieve y
al hielo. Casi no nos damos cuenta del invierno.
Nuestros hijos andan hoy sobre la nieve con los
pies descalzos y lo hacen para divertirse, sin
preocuparse del frío o del calor.
Después decía don Bosco:
-De esto saqué la conclusión de que según
((**It5.809**)) como se
le trata, así está el cuerpo dispuesto a recibir
más o menos. Aquéllos que quisieran remediar todo
lo sensible, se ponen en la necesidad de sufrir
graves incomodidades, a las que es insensible el
hombre acostumbrado.
La nieve iba disminuyendo a medida que el tren
se acercaba al litoral de Génova. Aparecieron al
principio verdes declives, luego jardines con
flores y finalmente almendros floridos y
melocotoneros con los botones próximos a abrirse.
Por fin Génova, íy el mar!
El tren entraba en la estación.
El cuñado del Abate Montebruno esperaba con
algunos muchachos a don Bosco y al clérigo Rúa.
Adelantóse cortésmente a ellos apenas bajaron del
tren, entregó a los muchachos las maletas de los
dos viajeros y los acompañó hasta Carignano, a la
Pía Obra de los Artesanitos. El abate Montebruno
los recibió con atenciones y cariño; pero como ya
eran las tres de la tarde y don Bosco no había
tomado en todo el día más que un taza de café, se
sentaron enseguida a la mesa, y luego visitaron la
casa, las clases, los talleres y los dormitorios.
Don Bosco creía encontrarse en la antigua casa
Pinardi, de tanto como se parecía la una a la
otra. Había treinta internos y veinte más
trabajaban y comían allí, pero iban a dormir a
Canneto,
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