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viva, como si temieran no volver a verlo. Al salir
de casa, como casi siempre, don Bosco se santiguó
diciendo:
-Y ahora vamos in nomine Domini (en el nombre
del Señor).
Y apresuró el paso para llegar a la estación, a
pesar de lo difícil que era el caminar.
Le acompañaba como secretario el clérigo Miguel
Rúa; pero, como hijos amorosos y con los mejores
augurios, le acompañaron con la mente y el corazón
todos los muchachos del Oratorio. Desde aquel día,
cada mañana había un selecto grupo de los más
devotos que hacían la santa comunión, muchísimos
la visita al santísimo Sacramento durante el
recreo y otros realizaban diversas mortificaciones
para que el Señor le concediera un feliz viaje.
Las oraciones y sacrificios de aquellos buenos
hijos fueron muy gratos al Señor, que los aceptó y
bendijo generosamente a nuestro buen padre. En
cuanto don Bosco llegó al andén, miró a ver si ya
estaba allí el clérigo Angel Savio, pero éste no
aparecía. Savio había sido el primero del Oratorio
que se había presentado, y con éxito, al examen
para maestro elemental y ((**It5.806**)) don
Bosco le había destinado a dar clase durante un
año en un hospicio para muchachos pobres en
Alessandria y además prestar vigilante asistencia,
que era allí escasa. Hacía don Bosco este
sacrificio para condescender a las vivas
instancias de los administradores de aquel
Instituto, seguramente apoyadas por el canónigo de
la catedral, su gran amigo don Carlos Braggione. Y
el clérigo Savio debía ir aquella misma mañana a
su destino.
Se había unido a don Bosco y al clérigo Rúa,
como acompañante de viaje, el señor Mentasti,
excelente pintor, a quien habían dado fama algunos
de sus cuadros.
A las diez se oyó el silbido de la locomotora.
Don Bosco se había sentado junto a un niño de unos
diez años y, al verle amable y parlanchín, entabló
enseguida conversación con él. Muy pronto se dio
cuenta, por el hablar del padre, que estaba a su
lado, y las palabras del chaval, de que era judío.
Aseguraba el padre que estudiaba el cuarto grado
elemental, mas sus conocimientos correspondían a
los de un segundo grado. Pero era despejado. El
padre gozaba viendo cómo don Bosco le preguntaba y
le invitó a hacerle razonar sobre la Biblia. Don
Bosco empezó a preguntarle sobre la creación del
mundo, del hombre, del paraíso terrenal y de la
caída de nuestros primeros padres. El chaval
respondía bastante bien; pero le chocó a don Bosco
que no tuviera ni idea del pecado original y mucho
menos de la promesa de un Redentor.
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