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Los clérigos y los muchachos parecían tristes
por tener que pasar varios meses sin ver a su buen
padre, y don Bosco les decía una noche para
tranquilizarlos:
-Andáis preocupados como si don Bosco fuera a
morir y pudierais quedar abandonados. No os
preocupéis. La voluntad de Dios es lo mejor en
todo. Hay otros estupendos sacerdotes dispuestos a
venir con vosotros para ser vuestros padres; y,
hace unos días, el canónigo Gastaldi, a quien
conocéis, me decía que no tendría ninguna
dificultad en venir al Oratorio y hacer mis veces.
Así que, vuestro porvenir está asegurado. De todos
modos, si os duele mi marcha, también yo siento
tener que alejarme de vosotros por algún tiempo.
Pero me veo obligado a hacerlo por vuestro bien.
Uno de los motivos que me lleva a Roma es el de
alcanzar del Papa algunos favores para varios de
nuestros insignes bienhechores, que me han
prometido seguir atendiéndoos.
Después de hablar con entusiasmo del Papa, y
darles algunas recomendaciones para mantener el
orden en casa, los envió a la cama.
((**It5.803**)) El
canónigo Anfossi estuvo presente a esta charla, lo
mismo que el joven Santiago Costamagna, de
Caramagna, que había entrado pocos días antes en
el Oratorio, a saber, el doce de febrero.
Cuando tuvo todo dispuesto para la partida, don
Bosco fue a la Residencia Sacerdotal para recibir
las órdenes y encargos de don José Cafasso, quien
le entregó una solicitud para el Sumo Pontífice,
sobre la cual ya había conversado largo y tendido
con su discípulo. Exponemos a continuación el
pensamiento de don José Cafasso, tomándolo de su
preciosa biografía escrita por el canónigo
Santiago Colombero.
El vivo deseo que don José Cafasso tenía de
asegurar para sí y para los demás la entrada
inmediata en la gloria, sin pasar por las penas
del purgatorio, le llevó a pensar que, a pesar de
las numerosas indulgencias plenarias concedidas in
artículo mortis por la Iglesia, ocurre, sin
embargo, con frecuencia, que más de uno muere sin
alcanzar tan gran beneficio. Y esto, o porque
falta el sacerdote que imparta las oportunas
bendiciones, o porque el moribundo no se preocupó
de inscribirse a tiempo en las asociaciones
enriquecidas con la indulgencia plenaria in
artículo mortis o también porque la muerte
sobreviene tan de improviso que no da tiempo a
cumplir alguno de los actos ordinariamente
requeridos por la Iglesia para alcanzar tal
indulgencia. Para estas ocasiones pensó él
enriquecer con tal indulgencia un acto determinado
que, hecho una sola vez en la vida perseverase y
se cumpliese, por así decir, en el momento de la
muerte, de modo que, aneja la indulgencia a tal
cumplimiento, se la alcanzase, sin necesidad de
ningún otro acto por parte del moribundo. Y
buscando un acto capaz de tales condiciones y al
mismo tiempo de gran mérito, como causa suficiente
para obtener tal indulgencia, le pareció hallarlo
en el aceptar durante
(**Es5.570**))
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