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aguantar las burlas de quien no conocía ni
apreciaba bastante su santa intención y los
óptimos frutos obtenidos; las saben, en parte, los
socios de entonces. Ellos condividían con él
consuelos y tribulaciones y también pequeñas
persecuciones por parte de ese díscolo, que nunca
falta en una comunidad.
Don Bosco, observaba, animaba, protegía a
Bongiovanni y a los suyos, reprendía hasta con
severidad a ciertos botarates, pero frecuentemente
parecía que toleraba alguna crítica o burla, si no
eran mal intencionadas. Le gustaba que se
acostumbrasen a no desalentarse por una palabra
necia o maliciosa, que batallasen contra el
respeto humano y llevasen la frente alta,
satisfechos de servir al Señor.
Por otra parte, se industriaba para que su
virtud fuera sólida y bien fundada. Insistía
cuanto podía para que los cantores pertenecieran
también al Clero Infantil, pues quería que la
música fuera un servicio propiamente suyo. Por eso
exigía que el catequista no pretendiese que los
que tenían mejor voz que los demás hubieran de
dejar el coro para ayudar al altar, salvo que el
maestro de música declarase no ser necesaria su
presencia en el coro.
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-Déjeseles a ellos, decía, el servicio de las
funciones sagradas en las fiestas menos solemnes,
cuando se canta la misa en gregoriano.
Era la prudencia la que dictaba esta norma.
Los cantores, por ser muy numerosos, eran los
menos vigilados al ir a clase de canto, durante la
misa y al volver a sus ocupaciones ordinarias, y
aún mientras estaban en el coro. A veces tenían
que ir a los pueblos, invitados para una fiesta.
Era, pues, necesario que fueran los mejores y más
fervorosos alumnos para dar buen ejemplo en los
pueblos.
Porque, en efecto, era y es un magnífico
ejemplo para un pueblo y aún para una ciudad, ver
a los cantores comulgando devotamente por la
mañana y luego cantando con verdadera expresión de
fe.
Solía ocurrir también que estos muchachos, al
no hallar en los pueblos donde alojarse todos
juntos, se hospedaban por grupos pequeños, en
algunas familias, encantadas de ayudar al párroco
o al mayordomo de la fiesta. En estos casos puede
suceder que alguno se encuentre en peligro de
ofender al Señor por apocamiento, ya que quien es
fuerte y resuelto en el santo temor de Dios, sabe
defenderse de imprudentes e insidiosas sorpresas.
En efecto, viose en cierta ocasión a uno de
nuestros cantores levantarse e imponer silencio a
cierto amigo del huésped, que, habiendo sido
invitado a comer, empezó
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