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Bosco, que había escuchado atentamente el informe,
pidió la palabra y dijo decididamente:
-Visto lo grave de la situación expuesta, no
podemos salir de aquí sin haber tomado decisiones
prácticas y eficaces para oponernos directamente a
las maniobras de los Valdenses y sin haber
determinado la fundación de una escuela al menos.
En el barrio más amenazado ya tenemos el Oratorio
de San Luis Gonzaga y, al lado de éste, hay sitio
suficiente para un clase. Con la ayuda de Dios
abriremos en sitios oportunos otras escuelas, que
llamaremos Católicas y, bajo la protección de San
Vicente de Paúl, seréis vosotros los promotores; y
don Bosco, estará siempre dispuesto a prestaros su
colaboración. Hacen falta maestros buenos y
titulados para los muchachos, y los encontraremos;
para las chicas, no faltarán monjas tituladas y
las pediremos a alguna Congregación que las
((**It5.784**)) tenga.
Se necesita dinero, pero la Providencia es
riquísima. Hace falta una Comisión que tome a
pechos la empresa, la administre, la atienda, la
dirija y toca a vosotros elegirla. Si lo
retardamos, será cada vez más difícil impedir un
peligro tan grande. Comencemos enseguida con la
escuela junto al Oratorio de Puerta Nueva.
Y siguiendo su discurso, expuso tales razones,
habló con tal convicción, que toda la asamblea
aprobó sus propuestas. Se acordó, por tanto,
aumentar las escuelas nocturnas ya existentes en
el Oratorio de San Luis, y convertirlas además en
diurnas, dando gratuitamente los libros y
cuadernos a los chicos.
Don Bosco se unió enseguida a relevantes
personajes, campeones decididos de la fe, entre
los que estaban el caballero Michelotti, el conde
Cays diputado por Condove, el conde de Castagnetto
senador del reino y el abogado Bellingeri, felices
todos ellos cada vez que se les presentaba ocasión
de defender la causa de Dios. Y él, inflamado de
ardiente celo, empezó, junto al Oratorio de San
Luis, una clase elemental católica, diurna y
diaria. Arrendó un pedazo de tierra, hizo
construir un pequeño edificio; una habitación para
el portero y un salón bastante capaz que fue
dividido en dos con una mampara. Esta se quitaba y
se ponía y servía para escenario del teatro. Allí
debían juntarse los alumnos de dos clases
elementales, con su correspondiente mobiliario y
material escolar. Pero como quiera que, por
entonces, no contaba don Bosco con maestros en
casa, provistos de título oficial, tuvo que buscar
en la ciudad personal docente idóneo y realmente
católico, también por su conducta. El mismo se
comprometió a pagarles con no pequeño sacrificio,
su sueldo anual; y dispuso que no faltaran los
premios necesarios ((**It5.785**)) para
estímulo
(**Es5.557**))
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