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cerró con violencia y apareció escrito sobre su
hoja por la parte exterior, que antes no se veía:
Periisse semel aeternum est. (Perderse una vez es
perderse para siempre).
Mientras don Bosco lanzaba este terrible sermón
a toda suerte de personas, reinaba en la iglesia
una conmoción indescriptible. Luego iba
preguntando a todas las clases de personas
nombradas.
-Y vosotros, blasfemos, que ahora alzáis la
frente contra Dios, >>conocéis el camino en que os
habéis puesto?, >>adónde vais? >>Sabéis adónde
iréis un buen día? Os lo diré mañana.
Era extraordinario el número de hombres que
corrían a confesarse.
Se llenaba la iglesia, la sacristía, la casa
rectoral. Muchos decían a don Bosco:
-Tenga; entregue este dinero al arcipreste para
que se lo dé a fulano, a zutano, sin indicar su
procedencia.
Eran restituciones.
((**It5.777**)) En
pocos días se devolvieron, por medio del párroco,
decenas de miles de liras. El buen arcipreste
lloraba de satisfacción. Se veía la mano de Dios y
ningún sermón había hecho jamás tanto efecto como
aquél. Iste omnis fructus ut auferatur peccatum,
(Este será todo el fruto, capaz de apartar su
pecado).1
Mientras don Bosco predicaba en Salicetto, se
terminaba en Turín la edición de dos folletos
suyos. Uno lo anunciaba Armonía el quince de
diciembre:
<>.
Junto con este almanaque, se enviaba a los
suscriptores el folleto de diciembre impreso en
Paravía: Vida de San Policarpo, Obispo de Esmirna
y mártir, y de su discípulo San Irineo, Obispo de
Lyon y mártir. Era anónimo, pero lo había escrito
don Bosco. En sus páginas demuestra cómo los
cristianos de fines del primero y segundo siglos
creían las mismas verdades que creen los católicos
actuales y cómo veneraban las reliquias de los
santos. Cuenta cómo las reliquias de San Hilario
habían sido horriblemente ultrajadas en Lyon por
los calvinistas aliados de los valdenses y con qué
furia trataban éstos de exterminar a los
católicos. Termina con una gran verdad,
1 Isaías, XXVII, 9.
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