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cansado como venía y con el frío que hacía; y que
no era muy digno para un sacerdote rebajarse a
jugar con los chiquillos. Pero el párroco, que
conocía muy bien a don Bosco, le calmó diciendo:
-Déjele hacer a don Bosco; ya se arreglará él
para salir de apuros.
En efecto, don Bosco, para inspirar a la gente
cofianza con el sacerdote, empezó a charlar con
los que tenía cerca, sobre el campo y sobre otras
cosas más o menos interesantes, les hizo reír con
algún episodio gracioso y luego, alzando la voz,
empezó a exhortarles a asistir lo mejor que
pudiesen a los santos ejercicios para ponerse en
el camino recto y no desviarse más de él. Luego
entró en la casa rectoral, acompañado hasta el
umbral por la multitud, que se había apiñado cada
vez más en torno a él.
Descansó, abrió la ventana que daba a la calle
y dijo a la gente, que esperaba a que saliera para
hacer el sermón de apertura de los ejercicios, que
como él estaba muy cansado y ellos seguramente no
tenían sus corazones bastante preparados, los
ejercicios comenzarían al día siguiente por la
mañana. Los invitó a ir todos a la iglesia, donde
rezaron unas oraciones y volvieron a casa.
Don Bosco se retiró a la habitación que le
señalaron.
El primer día de ejercicios tuvo que predicar
él solo, porque, a causa del mal tiempo, el
sacerdote compañero ((**It5.773**)) de
predicación no se había atrevido a ir. Los
campesinos acudieron en gran número y querían que
los sermones fueran muchos y largos.
A veces, después de hora y media de sermón, se
veía obligado a decir a los oyentes:
-Estoy cansadísimo, ya no puedo hablar más.
-Descanse, respondían, pero siga.
Y don Bosco se veía obligado a continuar.
Una vez predicó desde la diez de la mañana
hasta pasado el mediodía. Y el auditorio ni se
movía.
Los campesinos, según su costumbre, habían
almorzado a las nueve y, además, la tierra estaba
cubierta de nieve.
-íSiga, siga!, replicaban en cuanto parecía que
quería terminar.
Y a la una de la tarde bajaba del púlpito. Pero
la iglesia, el coro, la sacristía, todo seguía
atestado de una turba inmóvil. Don Bosco llegó con
dificultad para quitarse la estola. Y,
dirigiéndose a los hombres les dijo sonriendo:
->>Pero qué hacéis aquí? >>No volvéis a
vuestras casas?
-Queremos oírle más.
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