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artesanos de la ciudad o al menos de los arrabales
vecinos, por miedo a la competencia por ellos
prevista como perjudicial a sus intereses. En
efecto él, que trazaba en su mente amplios
talleres para mucho oficios, comprendía que no
sólo en las pequeñas ciudades, sino hasta en una
gran capital podían nacer peligrosas envidias. Y
daba en el blanco, porque, años más tarde, los
tipógrafos de varias imprentas se esforzaron para
que el Ayuntamiento obligara a don Bosco a cerrar
su incipiente tipografía. Aducían por razón la
baratura de precios que él podría conceder a los
destinatarios para la imprenta y a los compradores
de libros.
Por eso don Bosco, como regla general para todo
Asilo de los que él pudiera fundar en el porvenir,
estableció de hecho: Los estudiantes dan el
trabajo para los artesanos. Porque ellos, en
cuanto fueron numerosos, tuvieron que vestirse y
calzarse y allí había zapateros y sastres;
necesitaron libros y allí estaban los
encuadernadores; comenzaron las construcciones y
fueron necesarios primero los carpinteros y luego
los cerrajeros. Frente a cada nueva necesidad de
la casa, surgía un nuevo taller para cubrirla. La
misma imprenta fue montada para poder editar
nuestras obras, principalmente las Lecturas
Católicas y después muchas otras producciones.
Ningún taller o tipografía de Turín pudo
quejarse de que le faltara trabajo, por culpa del
Oratorio.
Al contrario, las intenciones de don Bosco eran
que los mismos obreros de los otros talleres de la
ciudad, entonces menos y más pequeños que en la
actualidad, no tuvieran que temer que sus
aprendices, convertidos en hábiles artistas,
fueran de algún modo preferidos por los patronos
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ocasionaran envididas. Acariciaba el propósito de
que la mayor parte de ellos volviera a sus
pueblos, pusiera en ellos un taller de su oficio y
fueran una ayuda para el párroco, cantando en el
coro, enseñando el catecismo y dando buen ejemplo
con palabras y con obras a sus paisanos. Pero el
multiplicarse de las industrias, de los
descubrimientos y de las artes mecánicas preparaba
trabajo para todos en los grandes centros.
Entre tanto, triunfaba en el Oratorio el buen
espíritu y se manifestaba con frutos siempre
nuevos. Hacia fines de 1857, se había fundado otra
compañía, la del Santísimo Sacramento, cuya
finalidad era la frecuencia de sacramentos y el
culto de la Eucaristía. La idea se la dio don
Bosco al clérigo José Bongiovanni quien,
conseguido el permiso, la implantó. En esta
compañía entraron muchos de los mejores jóvenes,
que se distinguían por su frecuencia y devoción
hacia la sagrada mesa y atraían con su ejemplo a
los compañeros,
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