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((**Es5.533**) -Muy bien, dijo don Bosco; hagamos un pacto: yo, cedo el capital y ellos pagarán los impuestos. Calló el Director al oírlo, escuchó las razones de don Bosco, examinó la cuestión, retiró el documento y no se habló más de aquel impuesto. José Brosio, el bersagliere, fue testigo de este encuentro. Pero no pudo ser exonerado de todas las demás contribuciones, si bien, en honor de la verdad, hay que confesar que en muchas ocasiones, las Comisiones tuvieron con él alguna consideración. A pesar de ello, el peso de la contribuciones fue en aumento y llegó a ser enorme. Basta dar una mirada a los cinco grandiosos institutos que don Bosco levantó en la ciudad de Turín. Cada nueva construcción, que no producía renta alguna, por estar ocupada con muchachos que, casi en su totalidad, eran mantenidos, educados e instruidos gratuitamente, estaba sujeta a nueva contribución. Todas éstas juntas no tardaron en llegar a miles y miles de liras al año. Así que don Bosco, que nunca poseyó un capital puesto a interés, ni guardó en caja jamás ninguna cantidad, que se las ingeniaba por todos los medios para obtener socorros de la caridad pública, tenía que retirar, para ponerla en manos del cobrador que por fuerza de ley, era inexorable, una parte de los mismos, suficiente para la manutención de muchos muchachos. De otros acreedores se podía esperar demora, pero nunca de éste. Ya el Señor, por boca de Moisés aludía a este azote: Si penuriam mutuam dederis populo meo pauperi, qui habitat tecum, non urgebis eum quasi exactor. (Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero). 1 ((**It5.751**)) Pero más aún que los pagos a fecha fija, le angustiaban las llamadas de las oficinas, inspecciones, subidas arbitrarias, justificantes exigidos por los cambios de propiedad, recibos rehusados, revisión de créditos ya extintos, notificaciones de denuncias, amenazas de embargos, falta de forma jurídica en determinadas escrituras, reclamaciones por contratos de muchos años atrás, multas a veces inverosímiles, etc. etc. Todas estas operaciones le daban por lo menos un sinfín de fastidios, porque siempre tocaba al contribuyente demostrar su derecho. Decía don Miguel Rúa: -Tenemos que defendernos de las molestias del cobrador de contribuciones, como los judíos se defendían de los pueblos vecinos, cuando reconstruían la ciudad y el templo de Jerusalén después de la esclavitud de Babilonia: con una mano tenían que trabajar y con 1 Exodo XXII-24. (**Es5.533**))
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