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-Muy bien, dijo don Bosco; hagamos un pacto:
yo, cedo el capital y ellos pagarán los impuestos.
Calló el Director al oírlo, escuchó las razones
de don Bosco, examinó la cuestión, retiró el
documento y no se habló más de aquel impuesto.
José Brosio, el bersagliere, fue testigo de este
encuentro.
Pero no pudo ser exonerado de todas las demás
contribuciones, si bien, en honor de la verdad,
hay que confesar que en muchas ocasiones, las
Comisiones tuvieron con él alguna consideración. A
pesar de ello, el peso de la contribuciones fue en
aumento y llegó a ser enorme. Basta dar una mirada
a los cinco grandiosos institutos que don Bosco
levantó en la ciudad de Turín. Cada nueva
construcción, que no producía renta alguna, por
estar ocupada con muchachos que, casi en su
totalidad, eran mantenidos, educados e instruidos
gratuitamente, estaba sujeta a nueva contribución.
Todas éstas juntas no tardaron en llegar a miles y
miles de liras al año. Así que don Bosco, que
nunca poseyó un capital puesto a interés, ni
guardó en caja jamás ninguna cantidad, que se las
ingeniaba por todos los medios para obtener
socorros de la caridad pública, tenía que retirar,
para ponerla en manos del cobrador que por fuerza
de ley, era inexorable, una parte de los mismos,
suficiente para la manutención de muchos
muchachos. De otros acreedores se podía esperar
demora, pero nunca de éste. Ya el Señor, por boca
de Moisés aludía a este azote: Si penuriam mutuam
dederis populo meo pauperi, qui habitat tecum, non
urgebis eum quasi exactor. (Si prestas dinero a
uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no
serás con él un usurero). 1
((**It5.751**)) Pero
más aún que los pagos a fecha fija, le angustiaban
las llamadas de las oficinas, inspecciones,
subidas arbitrarias, justificantes exigidos por
los cambios de propiedad, recibos rehusados,
revisión de créditos ya extintos, notificaciones
de denuncias, amenazas de embargos, falta de forma
jurídica en determinadas escrituras, reclamaciones
por contratos de muchos años atrás, multas a veces
inverosímiles, etc. etc. Todas estas operaciones
le daban por lo menos un sinfín de fastidios,
porque siempre tocaba al contribuyente demostrar
su derecho. Decía don Miguel Rúa:
-Tenemos que defendernos de las molestias del
cobrador de contribuciones, como los judíos se
defendían de los pueblos vecinos, cuando
reconstruían la ciudad y el templo de Jerusalén
después de la esclavitud de Babilonia: con una
mano tenían que trabajar y con
1 Exodo XXII-24.
(**Es5.533**))
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