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cual en hermosas y espléndidas páginas dirá a lo
venideros que él fue durante medio siglo el
apóstol del bien... Lo que no podrá decir del
todo, lo que ella no logrará hacer comprender es
su vida íntima, su constante sacrificio, sereno,
dulce, invencible y heroico; su cuidado y su
inmenso amor por nosotros sus hijos, la confianza,
el aprecio, la reverencia, el cariño que nos
inspiraba; la gran autoridad, la opinión de santo,
de sabio en que nosotros le teníamos, como el
prototipo, el ideal de la perfección. íAh!
íDifícilmente podrá la historia reproducir y hacer
comprender y creer la suave dulzura que una
palabra suya, una mirada, un gesto infundía en
nuestros corazones! íHay que haberlo visto,
haberlo experimentado! La vida de lo santos, aun
en los libros mejor escritos, pierde el atractivo
que ejercía sobre sus contemporáneos, sobre sus
familiares. El perfume de su conversación y de sus
virtudes se pierde con el correr de los años. Pero
nosotros lo hemos visto, nosotros hemos
comprendido a don Bosco. Su obra, limitada
entonces a este Oratorio, se hacía sentir más
intensa, más eficaz. El, todavía en la plenitud
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energía, con su ingenio, con su cariño era todo
para nosotros, estaba siempre con nosotros. Desde
la mañana tempranísimo, estaba con sus hijos: él
los confesaba, decía la misa, les daba la
comunión. Nunca estaba sólo, no tenía un momento
para sí: o los muchachos, o la audiencia de los
muchos que de continuo le asediaban en la
sacristía, bajo los pórticos, por el patio, en el
refectorio, por las escaleras, en la habitación.
Así, por la mañana, durante el día y por la noche.
Hoy, mañana y siempre. Con su mente en todo,
conocedor de los centenares de sus hijos a quienes
llamaba por su nombre. Se informaba, daba consejos
y órdenes. El sólo atendiendo una correspondencia
epistolar, que hubiera dado trabajo a varios
hombres muy activos. El solo pensando y proveyendo
a cuanto necesitaba el Oratorio, material o
espiritualmente>>.
Y nosotros describiremos una segunda faceta con
las mismas palabras de don Bosco.
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