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Don Bosco encargó a Carlos Tomatis, que seguía
estudiando pintura en la Academia Albertina, que
procurase reproducir de memoria, o con ayuda de
los hermanos de Savio, el amable rostro del
querido alumno. Y Tomatis lo realizó con mucha
inteligencia y cariño.
Al día siguiente, después de celebrar la santa
misa, se quitaron los adornos de la capilla y se
preparó todo para devolverlo a Turín. Hacia las
nueve, terminado el desayuno, don Bosco y sus
muchachos se ponían en marcha camino del Oratorio.
Era parada obligatoria Buttigliera de Asti, porque
el párroco, Reverendo Vaccarino, siempre quería
tener consigo a don Bosco y a sus muchachos,
siquiera un día. También la condesa Miglino
esperaba con satisfacción su visita y había
preparado, en el amplio soportal de su palacio, un
abundante piscolabis para los viajeros. Y como a
la buena condesa le gustaba la música, los
cantores siempre llevaban preparado algún número
para complacerla ((**It5.734**)) y fue
allí donde, por primera vez, compareció el señor
Demetrio, jefe de cocina, con un buen grupo de
rancheros que formaban un coro magnífico. La letra
y la música eran originales de Carlos Tomatis,
alma de todo entretenimiento.
A las dos de la tarde la comitiva se puso en
camimo hacia Andezzeno. Seguramente don Bosco era
esperado allí por la familia De-Maistre, que
veraneaba en una quinta llamada la Fruttiera.
Aquellos insignes bienhechores le habían prometido
un socorro, a condición de que fuera a recibirlo
en persona. Don Bosco, pues, se despidió de sus
hijos, que a su pesar se separaron de él,
asegurándoles que al día siguiente estaría con
ellos en Turín; y a sus ruegos los bendijo,
mientras ellos se arrodillaban en plena calle. Los
muchachos besáronle la mano y siguieron camino de
Turín. El se encaminaba hacia el Castillo, de
donde la noble familia salía a su encuentro con
muestras de la más viva alegría y devoción.
Al día siguiente, acompañaron aquellos señores
a don Bosco hacia Chieri un buen trecho de camino,
y él con algún alumno, que había retenido consigo,
paso a paso, llegó al Oratorio al anochecer. Todos
los jóvenes corrieron a recibirlo entre aplausos y
vítores y don Bosco, antes de subir a su
habitación les dirigió la palabra: se alegraba de
que hubieran tenido un buen viaje, les manifestaba
su satisfacción de que durante la excursión se
hubieran comportado como auténticos hijos del
Oratorio y les invitaba a dar gracias a la Virgen,
el día de la fiesta de su Maternidad, por los
favores concedidos durante aquellas vacaciones.
Don Bosco reemprendía sus habituales
ocupaciones mientras preparaba nuevos sermones, y
se entregaba al ministerio ((**It5.735**)) de la
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