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círculo o grupo, los estancados en el mal, que no
hacían esfuerzo alguno para cambiar de vida.
Don Bosco, después de explicar la causa y los
efectos de tales alimentos, aseguró que recordaba
perfectamente qué clase de pan comía cada uno de
nosotros, añadiendo que si íbamos a preguntarle,
nos diría particularmente la forma en que nos vio.
Muchos, en efecto, se presentaron a él y el siervo
de Dios les fue manifestando el lugar que ocupaban
en el sueño, dando tales observaciones y detalles
sobre el estado de las conciencias de los
demandantes, que todos quedaron persuadidos de que
lo que don Bosco había visto no era una ilusión ni
mucho menos una suposición temeraria, sino la más
completa realidad.
Los secretos más ocultos, los pecados callados
en confesión, las intenciones menos rectas al
obrar, las consecuencias de una conducta poco
recatada; así como también las virtudes, el estado
de gracia, la vocación, en suma, todo cuanto se
refería a cada una de las almas de sus jóvenes,
quedaba manifiesto, descrito o profetizado. Los
muchachos, al escucharle, quedaban como fuera de
sí por el estupor y después de sus entrevistas con
el siervo de Dios, exclamaban como la Samaritana:
Dixi mihi omri ia quaecumque feci, (me ha dicho
todo lo que he hecho).1 Estas afirmaciones las
hemos oído repetir mil y mil veces durante años y
años>>.
Los jóvenes manifestaban a veces a algún
compañero de mayor confianza el aviso recibido,
pero don Bosco nunca jamás descubría estos
secretos a otros, a no ser al interesado, en sus
múltiples visiones intelectuales. Estas y el sueño
expuesto, que se repitió varias veces en formas
diversas, mientras le ocasionaban alguna pena al
hacerle ver algún espectáculo desagradable, le
ofrecían también la seguridad de que gran número
de sus jóvenes vivía habitualmente en gracia de
Dios.
((**It5.725**)) Por eso
don Bosco confiaba mucho en las oraciones de sus
muchachos y, cuando alguien recurría a él para
conseguir una gracia, respondía con frecuencia:
-<>.
Y es que, en efecto, la oración hecha en común
y en alta voz adquiere un poder maravilloso, que
va creciendo a medida que aumenta la devoción y la
santidad de quien reza. En el Oratorio había un
gran número de muchachos de quienes se puede
afirmar, sin miedo a equivocarse, que eran otros
tantos San Luis por el candor de su
1 Juan, cap. IV.
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