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José Reano y José Lazzero, que había vuelto al
Oratorio el tres de agosto. Les decía:
-Tendría que dar paseos largos, lo mismo con
los mayores de la casa, que con los pequeños, y
así, a la par que estos ejercicios irían muy bien
para mi salud, podría conversar con mis amigos de
tantas y tantas cosas. Y también, para librar mi
mente oprimida por tantas preocupaciones,
preferiría pasar los recreos con mis hijos para
entretenerlos, haciendo juegos de
prestidigitación, el de la varita mágica y otros;
pero... es demasiado el trabajo que llevamos entre
manos... y, en fin, el mejor paseo y el juego que
más me gustaría es el de poder llevar a diez mil
muchachos al cielo.
Verdaderamente no tenía un momento de sosiego.
Las pruebas de imprenta de tres folletos de las
Lecturas Católicas, enviados por Paravía, llenaban
su escritorio.
Allí estaba el de septiembre: Vida de los sumos
Pontífices San Sixto y San Telesforo, San Higinio
y San Pío I, con un apéndice sobre San Justino,
apologista de la Religión y mártir, por el
sacerdote Juan Bosco (E). Al final, iba impresa
una oda de Silvio Péllico, como ilustración de la
vida de San Justino.
El correspondiente a octubre trataba un hecho
conmovedor, de un valor heroico para abrazar la
verdad, con el título de: La jovencita María, o
sea, la conversión de una familia protestante; por
un canónigo de S. Diez.1
El librito de noviembre, se titulaba:
Entretenimientos familiares sobre la supremacía
del Papa y sobre la salvación exclusiva en la
Iglesia Católica para impugnar los ((**It5.717**))
principales argumentos de los valdenses contra la
Iglesia Católica Romana. Este opúsculo anónimo
empleaba la forma de diálogo y refutaba
especialmente la obra de Amadeo Bert, ministro
valdense en Turín, que se titulaba: Los valdenses,
esto es, los cristiano-católicos, según la iglesia
primitiva, etc. El hereje pretendía demostrar que
la Iglesia Romana, según él, había cambiado la
doctrina enseñada por los Apóstoles. Se cumplían,
una vez más, los propósitos que Isaías pone en
labios de los impíos: <>. 2
Don Bosco, a modo de prólogo del folleto,
escribía la siguiente:
1 No logramos saber a dónde pertenecía el tal
canónigo de <>. (N. del T.)
2 Isaías, XXVIII, 15.
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