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y obediente era que, incluso la señora del
comerciante, lo quiso como si hubiera sido su
verdadero hijo.
Poco tiempo después murió el señor, a
continuación su mujer, y el muchacho fue nombrado
heredero universal. El siguió con su oficio de
zapatero, al frente del taller que le dejó el
padre adoptivo, y que, aún hoy día, le da buen
rendimiento, superando su fortuna las
cuatrocientas mil liras. Cuando fue don Bosco a
París en 1883, este simpático hijito fue a verle a
menudo, rogándole y suplicándole que le hiciera
una visita a su casa, pero, por más que don Bosco
lo quisiera, no pudo contentarlo.
Otros cambios de condición similares a éste
fueron rechazados por motivos sobrenaturales. Una
rica señora de Turín había pedido a don Bosco que
le buscara un chico, cuyos padres estuvieran
dispuestos a dejárselo, para adoptarlo y hacerle
heredero de su patrimonio. Don Bosco se lo
prometió; pensó en uno de los alumnos, que por su
manera de ser no se ensoberbeciese y malease con
la nueva fortuna, y lo fue preparando con gracia
para el cambio de situación. Por fin, un buen día
se presentó con él en aquella casa y, sin decirle
de qué se trataba, ((**It5.711**)) lo
presentó a la señora, para ver si era de su
agrado.
Sirvieron una comida que al muchacho,
acostumbrado a las modestas refecciones del
Oratorio, le pareció un banquete regio. Pero él,
sin imaginar siquiera que era observado con viva
curiosidad, se comportó de tal suerte que la
señora quedó encantada. Después de la comida, hubo
un poco de sobremesa en atención a los muchos
invitados. El chico, junto con don Bosco, no se
atrevía a levantar los ojos y permanecía
silencioso y recatado. Y don Bosco, temiendo que
aquel silencio pudiera ser interpretado como
cortedad, preguntóle sobre un punto de historia
patria, que discutían los señores; dio él su
parecer, con toda precisión de causas, personas y
fechas. Entonces todos le rodearon, le preguntaron
su nombre, el lugar de nacimiento, la edad, los
estudios; y el muchacho respondía con tanta
desenvoltura que la señora exclamó:
-Es el que yo buscaba.
Poco después desaparecieron todos. No quedaban
en la sala más que don Bosco y la señora. Dijo
entonces don Bosco al jovencito:
-Hijo mío, >>te gustaría quedarte aquí?
->>Para qué?
-íPara ser el dueño!
-Explíquese usted.
Y don Bosco le explicó las caritativas
intenciones de la señora, que esperaba amablemente
la respuesta.
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