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para promover la gloria de Dios, ganarse almas y,
en primer lugar, salvar la propia...
-Estas indicaciones, replicó el joven, me
empujan a abrazar el estado eclesiástico. Porque
en los otros estados ((**It5.706**)) hay un
sinfín de peligros, que son mucho menores en el
estado de que hablamos.
Pero surgieron las dificultades precisamente
por parte del padre: era éste rico y no tenía otro
heredero; en cuanto se enteró de su resolución,
trató de disuadirlo, primero con cartas y luego
yendo al Oratorio para llevárselo a casa. El
muchacho cedió. Al despedirse del colegio don
Bosco le dirigió estas palabras:
-Hijo mío, te espera una gran batalla. Ten
cuidado con los malos compañeros y las malas
lecturas. Ten siempre a la Virgen por madre y
recurre a ella con frecuencia. Mándame pronto tus
noticias.
El muchacho muy conmovido, prometiendo cumplir
todo, partió con su padre al pueblo, y mantuvo su
palabra. Condescendiendo por obediencia a las
presiones de su padre, sacó el diploma de
agrimensor, pero siguió firme en su vocación.
Llevaba consigo el amor al Oratorio y oía
continuamente en su corazón las palabras de don
Bosco: <<íSi pierdes el alma, todo está perdido;
si salvas el alma, está salvado todo para
siempre!>>. Cumplidor escrupuloso de la
santificación de las fiestas, no se dejaba llevar
por afán de ganancia a hacer ninguna peritación o
tomar medidas en estos días.
-Los días de fiesta, decía, tengo que ir a la
iglesia, y no quiero hacer nada más.
Su ejemplo y su palabra producían maravillosos
resultados y prestaba una eficaz ayuda al párroco
para todas las obras buenas. El 1871 volvía a don
Bosco, abrazaba el estado religioso y, a su
tiempo, se ordenaba sacerdote.
También a los artesanos que habían concluido su
aprendizaje, o que por cualquier otro motivo
tenían que salir del Oratorio, don Bosco procuraba
buscarles colocación, de acuerdo con su oficio, en
los mejores talleres ((**It5.707**)) de la
ciudad o de los alrededores, con un sueldo
conveniente. Le ayudaban en este afán el ecónomo
de la Residencia Sacerdotal, reverendo Begliatti,
y algunos socios de la Sociedad de las
Conferencias de San Vicente de Paúl. Más aún;
discretamente o a través de aquellos señores,
buscaba comisiones de trabajo, para los jefes de
taller o tiendas que habían aceptado a sus
aprendices, o bien se prestaba a hacerles algún
servicio que le pidieran.
Contábanse entre éstos los hermanos Doyen,
litógrafos, los cuales habían recibido e instruido
en su arte a muchos jóvenes que don
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