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No era la primera vez que alguno se tomaba aquella
libertad. Pero don Bosco, que era la primera que
se enteraba de ello, inclinó la cabeza con una
sonrisa que indicaba haber descubierto lo que
ocultaban bajo el manteo, mas no dijo ni pío
delante de los extraños. Incluso, quizás pensó que
necesitaran comprar algún libro y otra cosa.
Mas, si entonces calló, creyó luego que debía
hablar, tanto más que todos los de casa se habían
enterado y era posible poner coto a un abuso, que,
de tolerarlo, se hubiera hecho general.
Así que, por la noche, terminadas las
oraciones, siempre sereno y cordial, se dirigió a
don Victor Alasonatti:
-De suerte que esta mañana algunos han ido a un
funeral.
-Si, señor.
->>Quiénes fueron?
-Fulano, zutano, mengano y perengano.
-Bueno; >>y entregaron todos las velas al
Prefecto?
Don Víctor respondió:
-Dos sí, y dos no.
E indicó por su nombre a las dos parejas.
-No me gusta. El joven F... podría creer,
aunque sin razón, que hace un favor a la casa,
yendo a cantar en algunas funciones de la ciudad,
pero tú, ((**It5.692**)) G....,
no; tú tomas en casa cuanto necesitas y estás en
ella a pensión totalmente gratuita. Hace unos días
viniste a pedirme que te perdonara los gastos
extraordinarios, diciendo que tus padres no podían
pagarlos; yo te los perdoné, luego... no tienes
excusa para tratarme así... Buenas noches.
Como quiera que la mayoría se encontraba en
idénticas condiciones que el clérigo G. recibieron
una lección, que aprobaron como justa y necesaria.
El mismo interesado no se ofendió, ni pensó que
don Bosco hubiera faltado de algún modo a la
caridad, puesto que siempre le quiso como un hijo,
y nos decía en 1894:
-Nunca descubrí en don Bosco nada que pudiera
desmentir en lo más mínimo la santidad de su vida.
Durante muchos años, pues, hubo de considerar
don Bosco como muy lejano el ideal que tanto le
había ilusionado. Finalmente, en 1857, después de
diez años de constancia inquebrantable, de
continuos sudores, de gastos y apuros, después de
haber puesto a estudiar a algunos artesanos, que
alcanzaron espléndido resultado, tuvo el consuelo
de verse rodeado de una selecta compañía de casi
ocho, entre clérigos y jóvenes, con los que le
parecía podía contar, puesto que manifestaban
propensión a participar en sus trabajos para toda
la vida.
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