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-Y yo, en realidad, entonces no entendía, ni
sabía, ni deseaba otra cosa>>.
Otra dificultad nacía de que los pocos miembros
de aquellas primeras reuniones estaban todavía
faltos de verdadero espíritu de sumisión
espontánea, propia de los perfectos religiosos, al
renunciar totalmente a la propia voluntad. Su
necesaria cooperación en la asistencia, en la
enseñanza religiosa y escolar, la tradicional
libertad de la vida de familia que hacía tan
querida la casa de Valdocco, ciertos caracteres
fogosos y difíciles que también se sujetaban con
gusto a trabajos pesados y privaciones, obligaban
a don Bosco a una gran paciencia al pretender de
ellos una disciplina regular y exacta.
Seguía el ejemplo del divino Maestro, quien
reprochado por los fariseos de que sus apóstoles
no ayudasen, respondióles con las comparaciones de
vestido nuevo para remendar uno viejo, de echar un
vino nuevo en pellejos viejos y del bebedor
acostumbrado al vino añejo, que no quiere del
nuevo. Con ello demostraba la imposibilidad de un
cambio repentino de vida; y que era necesario
acompañar a sus ((**It5.689**))
discípulos paso a paso, renovando su espíritu con
sus enseñanzas, sus ejemplos y su gracia. Y en las
páginas del Evangelio se narra cuánto hubo de
aguantar su conducta.1 Baste recordar la
expresión: Durus est hic sermo, (duro es este
lenguaje),2 y cómo muchos de ellos se volvieron
atrás y ya no andaban con él.
Decía don Bosco en 1875:
<<>>Quién de vosotros recuerda todavía los
primeros tiempos del Oratorio? íCuántas cosas se
cambiaron poco a poco y se fueron asentando y
consolidando! íEs evidente que somos progresistas
por excelencia! Al principio estaba don Bosco
sólo, luego tuvo a don Víctor Alasonatti. Pero a
menudo le tocaba a él dar clase de día y de noche,
escribir libros, predicar, asistir a ciertas horas
a los alumnos, ir en busca de dinero. Y mientras
tanto se originaban algunos desórdenes exteriores,
discusiones entre los clérigos sobre la forma de
hacer el bien, disputas literarias o teológicas,
pero fuera de tiempo y a lo mejor demasiado
acaloradas; molestias en el salón de estudio
cuando no estaban allí los muchachos; unos no se
levantaban a tiempo por la mañana a causa del
frío; otros no iban a clase por una razón justa,
pero sin decir nada al Superior. No dejaban de
asistir con los muchachos, de modo edificante, a
todos los ejercicios de piedad establecidos por el
reglamento, pero no se hacía lectura espiritual
1 Luc. V-33 y sig.
2 Juan VI-60.
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