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También don José Cafasso, con quien don Bosco
había comentado las dificultades que encontraba
para sistematizar la obra de los Oratorios, le
decía:
-Para sus obras es indispensable una
Congregación religiosa.
-Esa es mi intención, pero >>cómo hacer? Cuando
el superior eclesiástico, o los asuntos de los
miembros de la nueva sociedad exigieran una
mudanza de casa o de ocupación, me encontraré con
las mismas dificultades.
-Naturalmente; pero conviene, replicó don José
Cafasso, que esa asociación tenga el vínculo de
los votos, y esté aprobada por la suprema
autoridad de la Iglesia. Y entonces podrá disponer
libremente de sus miembros.
Don Bosco pedía consejo para un proyecto de
cuyo éxito estaba seguro; pero deseaba que fuera
aprobado por la autoridad de su piadoso y docto
director. Al mismo tiempo tenía muy presentes las
insistentes exhortaciones del arzobispo Fransoni.
Sin embargo, en su prudencia, encontraba prematura
la propuesta de votos formales, y preveía que
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empezar por conseguir de la Autoridad diocesana la
aprobación de las Reglas.
El teólogo Borel y algún otro -los cuales en
buena ley, aunque vivieron en sus casas, deben ser
reconocidos como el primer fundamento de la Pía
Sociedad, porque constantemente y de mil modos
prestaron su ayuda a don Bosco-, admiraban el bien
social que se hacia en los Oratorios. Deseaban por
eso que se perpetuasen, y hablaban al siervo de
Dios para que empezara aquella congregación, cuyo
plan ya les había confiado. Pero don Bosco
respondía:
-Tiremos adelante, abandonándonos en lo brazos
de Dios. Esperemos del Señor alguna señal que nos
indique la hora de empezar.
De hecho, >>dónde encontrar los socios para
formar una Congregación?
El había comenzado, a la larga, desde hacía
años, a reunir en su antesala o biblioteca, en
conferencia especial los domingos por la noche,
cuando los muchachos estaban acostados, a algún
estudiante y algunos clérigos que parecían tener
su espíritu, para prepararlos al estado
eclesiástico. Para impedir que perdieran la
vocación, hacía resaltar las ventajas de la vida
de comunidad, y con piadosas exhortaciones y
santas industrias les convencía para que pasaran
todas las vacaciones, o buena parte de ellas, en
el Oratorio. A veces les explicaba poco a poco sus
vastos planes, y despertaba en ellos un vivo
entusiasmo. Hablaba también de ello en las
conversaciones familiares. Y así, casi
insensiblemente, sin que se dieran cuenta, iba
formando
(**Es5.488**))
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