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presentarse a un distinguido personaje sin tener
la ropa en buen estado, y entonces la hacía pedir
prestada a sus ayudantes, que siempre andaban a
porfía para ofrecerle, quién los zapatos, o las
calcetas, quién los pantalones, quién la sotana,
quién el abrigo, la esclavina o el sombrero. Con
ello procuraban ahorrarle que sufriese en la calle
o que se presentase de aquella forma ante quien lo
recibía en su casa. En tales casos, como quiera
que no tenía tiempo o no pensaba en aquel instante
en arreglo, algunos de sus hijos le acepillaban
cariñosamente la sotana y el sombrero.
((**It5.679**)) Contaba
monseñor Cagliero: <>Quiso Dios que dieran sus ojos con una capa
larga y un par de pantalones blancos regalados,
según creo, por el marqués Fassati como limosna
para un joven. Don Bosco se puso, sin más,
aquellos indumentos, calzóse unos chanclos y bajó
a la iglesia. Estaba oscuro, pero los muchachos
adivinaron su extraña vestimenta y, mientras
sonreían, comprendían a qué extremo se veía
reducido por ellos el buen Padre.
>>Otro año, durante el mes de mayo, lo
sorprendió por la calle un desaforado aguacero.
Como no tenía otra sotana para cambiarse, bajó a
la iglesia con un largo abrigo que le había
regalado un amigo sacerdote; fue entonces cuando,
predicándonos el sermoncito de la Virgen, desde
las gradas del altar, pudimos ver sus medias
remendadas, en muy mal estado>>.
Entre 1854 y 1855, sucedió una graciosa
aventura.
Tuvo don Bosco que mandar a Rocchietti a Turín
para un encargo bastante importante; tenía el
muchacho los zapatos descosidos y deteriorados, y
él, sin pensar en las consecuencias, se quitó de
los pies los suyos y se los dio. Rocchietti dijo a
sus compañeros al salir:
-Ya veremos cómo se las arregla hoy don Bosco,
porque no tiene zapatos.
Efectivamente don Bosco mandó llamar a
Buzzetti, Rúa y otros; pero ninguno de ellos tenía
más zapatos que los puestos y no pudieron
encontrar unos adaptados a la medida de ((**It5.680**)) don
Bosco. Al fin se encontraron unos zuecos. Pero es
de advertir que era en pleno verano. A la hora de
comer bajaba don Bosco las escaleras, y todos los
muchachos corrían ante el extraño ruido y reían al
ver los zuecos
(**Es5.483**))
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