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que se recogiesen, se cuidasen y se empleasen del
mejor modo posible. Hacía guardar papeles rotos o
cuerdecitas abandonadas por el patio, diciendo que
llegaría la ocasión de emplearlas. Se le vio
rebajando la llama de las mechas de la luces de la
casa, a hora tardía, cuando le parecían superfluas
o el encargado se había descuidado de cumplir con
su oficio.1 Aseguran don Juan Turchi y don Juan
Bautista Francesia que don Bosco a veces se
arreglaba él mismo el cabello, por ahorrar las
pocas monedas que había debido pagar al peluquero.
Mas la preocupación por estos detalles de
economía no nacía de un espíritu de tacañería o de
temor a que le faltara lo necesario, puesto que
nunca se quejaba de las privaciones a que debía
someterse. En efecto, manifestaba frecuentemente
su deseo:
-A mi muerte no deseo dejar más que la sotana
que llevo puesta.
Cuanto mayor era la pobreza, más brillaba en su
frente una alegría especial. Ocurrióle, a veces,
no tener en el bolsillo más que unos céntimos, y
él los enseñaba a los que le rodeaban diciendo:
-íHe aquí mi riqueza!
Y, si acaso, agregaba:
-Don Bosco es pobre como el más pobre de sus
hijos.
<((**It5.674**)) era un
avaro, que guardaba los marengos (monedas de oro)
en la caja fuerte, que nunca tuvo, para hacer un
buen montón y luego adorarlos. Y mientras yo
hablaba de este modo, él reía.
>>lnvitóme entonces don Bosco a hacer un
registro en su habitación. Y lo hice enseguida:
después de un diligente rebuscamiento, en la única
mesa que tenía, no existiendo otro posible
escondrijo, apareció el tesoro, consistente en la
enorme cantidad de cuarenta céntimos.
>>Dividió entonces don Bosco el capital por la
mitad; se quedó con veinte céntimos y me regaló
los otros veinte. Bonita broma la de un hombre
que, por más dinero que tuviera en un momento
dado,
1 Tenían las lamparas o quinqués, que se
alimentaban por petróleo, unas mechas, que se
encendían y prestaban luz al ambiente. (N. del T.)
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