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embargo, no lo apreciaba ni tampoco lo pedía, más
que en cuanto le servía como medio para alcanzar
la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Muchísimas veces se vio sin un céntimo, puesto
que, en cuanto recibía una cantidad, se apresuraba
el mismo día a hacer nuevas provisiones o a pagar
parte de una deuda. No quería que el ecónomo de la
casa guardara en caja lo necesario para cubrir
pagos a plazo fijo, sino que se confiase
totalmente en la divina Providencia, la cual
mandaría oportunamente su ayuda. Nunca pensaba en
el mañana, porque, según él decía, era un agravio
a la paternal bondad del Señor.
Cuando recibía grandes limosnas, llamaba al
ecónomo y se las entregaba diciendo:
-íMira qué buena es la Providencia con
nosotros!
Difícilmente guardaba dinero consigo, salvo el
que necesitaba para atender a lo pobrecillos.
Era su máxima: hay que gastar, no para echar a
perder el dinero, sino por estricta necesidad.
Sabía apreciar el dinero por el trabajo que les
había costado a sus bienhechores el ganarlo, y por
los beneficios espirituales y temporales que
reportaba a quien lo recibía. No se acobardaba al
hacer grandes gastos cuando éstos eran necesarios,
pero no toleraba que se hicieran en cosas de poca
monta, o peor aún, que se ((**It5.671**))
gastasen en cosas superfluas. Solía decir:
-Mientras nos mantengamos pobres, no nos
abandonará la Providencia.
Y otras veces:
-Si ahorramos hasta un céntimo, cuando no es
necesario o útil el gastarlo, la divina
Providencia derramará abundantemente su
beneficencia sobre nosotros.
<>->>Cómo es eso?, le dije; los demás
sacerdotes, cuando van a visitar a personajes
ilustres, se ponen hebillas de plata en los
zapatos y >>usted, ni siquiera cordones de seda o
de algodón, sino una cuerda? íEsto es demasiado!
Tanto más que, como la sotana es corta, hace mala
figura. Espere un poco y voy a comprar un par de
cordones.
>>Y ya me marchaba, cuando don Bosco me dijo:
(**Es5.477**))
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