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aquellos herejes que acusan de novedosa a la
Iglesia Católica en su enseñanza y en sus
instituciones.
El autor expone, por ejemplo, cómo San Lino
ordenó que las mujeres fueran a la iglesia con la
cabeza cubierta, pero anota enseguida que aquello
fue establecido por mandato de San Pablo.
Prescripción que fue renovada y se observa todavía
entre los católicos. (págs. 36-37)
Refiere que San Cleto instituyó en Roma
veinticinco presbíteros que cuidaran de las almas,
como actualmente lo hacen nuestros párrocos, y que
los presbíteros fueron llamados más tarde
sacerdotes; de donde se deduce que en la Iglesia
no hubo variación alguna, ni en cuanto a los
párrocos, ni en cuanto a los sacerdotes; que la
variación la han hecho los protestantes, quienes,
al no admitir el sacramento de Orden, no tienen el
sacerdocio y, por lo mismo, tampoco tienen
párrocos ni sacerdotes.
Recordamos, pues, dichas lecturas a toda clase
de personas, pero de un modo particular a quienes,
por falta de tiempo o de preparación, no pueden
leer los gruesos volúmenes en los que se hallan
expuestas dichas materias, y las declaramos aún
más necesarias en estos tiempos, en los que los
enemigos de la fe se valen de todas las armas del
desprecio y de la mentira para tergiversar los
dogmas y las instituciones de la Iglesia Católica,
y desprestigiar la fama de los Vicarios de Cristo
que la han gobernado a través de la Historia.
((**It5.665**)) Quien
quiera ampliar estos conocimientos, aquí
brevemente tratados, puede acudir a los autores
que frecuentemente se citan en el mismo folleto.
Entre tanto, Paravía ya había entregado a don
Bosco el número correspondiente al mes de julio:
La Virgen de los campos, o sea vida de la B.
Oringa Toscana de la Santa Cruz (muerta en 1310).
Pastorcita, sirvienta, fundadora de un monasterio
y admirable por sus virtudes heroicas, por los
sucesos milagrosos, por las apariciones del
arcángel San Miguel y por la protección de la
Virgen, que la enseñó a escribir.
El mismo Paravía estaba imprimiendo ya el
ejemplar del mes de agosto: Vida de los Sumos
Pontífices San Anacleto, San Evaristo, San
Alejandro I, por el Sacerdote Juan Bosco (D).
EL trabajo de las Lecturas Católicas llevaba el
mismo ritmo que la Tómbola. Don Bosco seguía
enviando circulares.
Ilmo. Señor:
Plenamente confiado en la grande y reconocida
bondad de V.S.R., recomiendo a su celo y al de sus
amigos, cinco decenas de boletos, a los que uno el
programa, con el ruego de interesarse para su
segura entrega en las direcciones señaladas, para
cuidar del dinero que pueda recibir y de los
objetos que hubiera que devolver, procurando
enviármelo todo a mí.
En correspondencia, le prometo todo mi
reconocimiento y le aseguro que, al tomar parte en
esta obra de beneficencia, además del mérito que
alcanzará ante el Señor, tendrá el consuelo de
ayudar a bastantes muchachos, parroquianos o
vecinos
(**Es5.472**))
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