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en las redes de los protestantes y fue enviado a
estudiar a Ginebra, para conferirle el grado de
ministro. Pero como dejaba traslucir su fondo
católico, los seductores, con sus acostumbradas
artes infernales, lo empujaron a deplorables
desórdenes para arrancarle de cuajo la fe. Como
consecuencia, contrajo una enfermedad incurable y
llegó a tal punto que los médicos le ordenaron que
fuera a Turín, en busca de alivio, junto a su
madre. Era ésta muy pobre, y los valdenses se
apresuraron a ayudarla con largueza que ella
aceptó incautamente; se ofrecieron incluso a
asistir y velar al enfermo, pero con la intención
de impedir que ningún sacerdote pudiera
acercársele.
La misma tarde de su llegada, el pobre infeliz,
víctima de vehementes remordimientos, decía a su
madre:
-Quiero hablar con nuestro párroco, porque me
encuentro muy mal.
La madre ((**It5.659**))
prometió para tranquilizarlo que iría a llamarlo.
Efectivamente, al día siguiente se presentó en la
parroquia. Pero los valdenses le habían tomado la
delantera. A partir de aquel momento, el enfermero
de su secta, el evangelista, el pastor o el
ministro permanecían junto a su cama, día y noche,
o bien en el cuarto de al lado. Acudió el párroco,
acudieron también otros sacerdotes, pero no les
dejaron pasar. Replicábanles que el joven no
quería ver sacerdotes, que su mal no era tan
grave, o que el médico había prohibido que
recibiera visitas.
El enfermo, que advertía que no era dueño de sí
mismo, acongojado al no ver un sacerdote que lo
preparara a bien morir, ya al fin de sus días,
hastiado de la palabras vacías de consuelo con las
que se pretendía infundirle seguridad y paz,
acudió al Señor. Y el Señor no lo abandonó.
Un sacerdote, de acuerdo con el párroco, fue a
ver a don Bosco y le contó lo que ocurría. Don
Bosco se determinó a visitar a aquel pobrecito, a
toda costa. Y un día, hacia las dos de la tarde,
acompañado de dos fornidos jóvenes, se presentó en
casa del enfermo, que estaba al lado de la iglesia
de San Agustín. Sonó la campanilla y salió a abrir
la puerta el mismo ministro valdense Amadeo Bert.
->>A quién busca, señor cura?
-Vengo a hablar con el enfermo.
-Imposible; no puede recibir a nadie; lo ha
prohibido tajantemente el médico.
-Déjeme pasar que tengo prisa; no puedo
entretenerme charlando. Daré un sencillo encargo a
su madre. íOh, señora, buenos
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