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((**Es5.464**) cárcel. Entonces se entregó, atravesando tan sólo la calle; se interpuso el recurso y la Audiencia Territorial lo absolvió, gracias a la mediación de los amigos del Oratorio. Pero el profesor Riccardini, desde el primer momento en que se encontró con don Bosco en dicha ocasión, trabó con él una gran amistad. Pasó luego de maestro a Vigevano y, en vacaciones, venía de allí a Turín, y celebraba la misa en el Oratorio donde no había más sacerdotes que don Bosco y don Víctor Alasonatti. Más tarde dio clase de filosofía a los dos clérigos Provera y Cerruti. Y es que don Bosco, siempre afable, le había tratado con tantas atenciones ((**It5.653**)) que había quedado edificado y al mismo tiempo prendado de él. Así se comportaba don Bosco con todos los sacerdotes, no movido por una simple cortesía, sino por espíritu religioso y de fe, por la alta idea que siempre tuvo del sacerdocio. Tenía particular deferencia con los párrocos y canónigos. Le hemos visto besar humildemente su mano, como lo hizo con el teólogo Belasio, misionero apostólico; e insinuaba esta veneración a sus muchachos, de forma tal que les era habitual saludar por la calle a cualquier sacerdote constituido en dignidad eclesiástica. Recordaba complacido a sus compañeros de seminario, y cuando los encontraba, los trataba con singular afecto. Si iban a visitarlo, los recibía con alegría, porque algunos venían de pueblos lejanos a verlo, seguros de que le daban una satisfacción, y contentos de pasar un rato en su compañía y edificarse con sus altos ejemplos de virtud. Con ellos derrochó hospitalidad, como hacía generalmente con todos los sacerdotes, a los que ofrecía cama y mesa gratuita por varios días. Algunos, debido a la fama que había adquirido con sus obras, no se atrevían a tratarlo con la antigua familiaridad, tuteándole, y lo miraban casi como a un superior: Pero don Bosco, con una simple broma, los advertía que recordasen su antigua amistad, tan viva como entonces, y no permitía que le tratasen de usted. Un sacerdote, cuyo nombre no recordamos, le decía un día: ->>Cómo es posible que yo trate familiarmente a quien se trata con los cardenales y con el Papa de tú a tú y que si todavía no tiene título de monseñor, lo tendrá muy pronto? Y se oyó esta respuesta: -íYo no soy más que el pobre don Bosco! ((**It5.654**)) A los sacerdotes, por lo general, después de alguna broma solía repetirles una máxima sacada del Evangelio. Frecuentemente le hemos oído hacer suya aquella expresión: (**Es5.464**))
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