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cárcel. Entonces se entregó, atravesando tan sólo
la calle; se interpuso el recurso y la Audiencia
Territorial lo absolvió, gracias a la mediación de
los amigos del Oratorio.
Pero el profesor Riccardini, desde el primer
momento en que se encontró con don Bosco en dicha
ocasión, trabó con él una gran amistad. Pasó luego
de maestro a Vigevano y, en vacaciones, venía de
allí a Turín, y celebraba la misa en el Oratorio
donde no había más sacerdotes que don Bosco y don
Víctor Alasonatti. Más tarde dio clase de
filosofía a los dos clérigos Provera y Cerruti. Y
es que don Bosco, siempre afable, le había tratado
con tantas atenciones ((**It5.653**)) que
había quedado edificado y al mismo tiempo prendado
de él. Así se comportaba don Bosco con todos los
sacerdotes, no movido por una simple cortesía,
sino por espíritu religioso y de fe, por la alta
idea que siempre tuvo del sacerdocio. Tenía
particular deferencia con los párrocos y
canónigos. Le hemos visto besar humildemente su
mano, como lo hizo con el teólogo Belasio,
misionero apostólico; e insinuaba esta veneración
a sus muchachos, de forma tal que les era habitual
saludar por la calle a cualquier sacerdote
constituido en dignidad eclesiástica.
Recordaba complacido a sus compañeros de
seminario, y cuando los encontraba, los trataba
con singular afecto.
Si iban a visitarlo, los recibía con alegría,
porque algunos venían de pueblos lejanos a verlo,
seguros de que le daban una satisfacción, y
contentos de pasar un rato en su compañía y
edificarse con sus altos ejemplos de virtud. Con
ellos derrochó hospitalidad, como hacía
generalmente con todos los sacerdotes, a los que
ofrecía cama y mesa gratuita por varios días.
Algunos, debido a la fama que había adquirido
con sus obras, no se atrevían a tratarlo con la
antigua familiaridad, tuteándole, y lo miraban
casi como a un superior: Pero don Bosco, con una
simple broma, los advertía que recordasen su
antigua amistad, tan viva como entonces, y no
permitía que le tratasen de usted. Un sacerdote,
cuyo nombre no recordamos, le decía un día:
->>Cómo es posible que yo trate familiarmente a
quien se trata con los cardenales y con el Papa de
tú a tú y que si todavía no tiene título de
monseñor, lo tendrá muy pronto?
Y se oyó esta respuesta:
-íYo no soy más que el pobre don Bosco!
((**It5.654**)) A los
sacerdotes, por lo general, después de alguna
broma solía repetirles una máxima sacada del
Evangelio. Frecuentemente le hemos oído hacer suya
aquella expresión:
(**Es5.464**))
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