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El ministro Rattazzi invitó a monseñor Moreno a
revocar aquellas disposiciones, que consideraba
lesivas de los derechos de los Municipios, pero
como el Obispo se mantuvo firme, indicó a los
alcaldes que impidieran la venta de los vasos
sagrados, y donde se hiciese, ordenóles que
acudiesen a la autoridad judicial. Y que si se
ponía en entredicho alguna iglesia, proveyesen a
la tranquilidad pública, avisando inmediatamente
al Ministerio.
Los párrocos, entre tanto, leyeron la circular
del Obispo desde el púlpito. El sacerdote Thea,
párroco de San Salvador en Ivrea, añadió al
comentario alguna palabra, que se juzgó ofensiva
para el Gobierno, y se propaló que sería
encarcelado. El reverendo Riccardini, que era
profesor de Ivrea, frecuentaba el club donde se
reunían con frecuencia el alcalde, el sargento, el
secretario, el juez y demás autoridades; rogó al
secretario que le avisara en cuanto supiera que se
había dado orden de detención contra el reverendo
Thea. Pues bien, una noche, hacia la doce, he aquí
que el secretario llega a la casa parroquial,
donde se alojaba el profesor, pidiendo hablar con
él, que ya estaba acostado, para comunicarle que
la captura había sido ordenada para el día
siguiente a mediodía. El reverendo Riccardini, ya
no pudo pegar ojo. Bajó a la iglesia a las cinco
de la mañana, y dejó que el párroco celebrase
tranquilamente la santa misa; se lo advirtió y fue
a aconsejarse con Monseñor Moreno. El Obispo mandó
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preparar el coche del seminario, y lo envió al
puente fuera de la ciudad; escribió una carta a
don Bosco y se la entregó al párroco Thea, quien
para no infundir sospechas, como quien va de
paseo, llegó hasta el coche, subió, y, a toda
carrera, se presentó en Turín.
Acudió inmediatamente a don Bosco y éste, no
bien hubo leído la carta del Obispo, lo acompañó a
casa de unos amigos de confianza, que habitaban
frente a las cárceles del Senado, en las que
hubiera debido ser encerrado, y allí lo tuvo
escondido durante varios meses. Fue el profesor
Riccardini a Turín y al Oratorio; don Bosco lo
acompañó adonde estaba el párroco Thea. Luego,
aconsejado por él, Riccardini fue a visitar al
Procurador General del Rey, el conde Corsi, a
quien confió el asunto.
El Procurador le dijo:
-Siga escondido el párroco Thea, no se asome a
las ventanas y procure no dejarse prender antes de
que aparezca la sentencia. Si fuere condenado,
interpondremos recurso, y entonces, que venga él a
entregarse: serán muchos meses menos de cárcel y
mucho más fácil resolver la cuestión.
Y así se hizo. Thea fue condenado en rebeldía a
cuatro años de
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