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Por eso le miraban siempre como a un padre
amorosísimo y, aún pasados muchos años, al
encontrarse con él, después de responder a sus
afectuosas preguntas sobre su actual situación y
estado, sobre su familia y también sobre sus
intereses materiales, espontáneamente le
manifestaban que seguían pensando siempre en su
alma e indicaban el tiempo que hacía que se habían
confesado. Don Bosco entonces les decía:
-Bravo, bravo; así me gusta. íProcura ser
siempre un auténtico hijo de don Bosco!
Con una palabra o una simple mirada llena de
bondad, que ellos entendían bien, les daba a
entender su deseo de saber cómo se encontraban en
aquel momento en cuanto a su alma.
->>Y del alma cómo estás? >>Sigues siendo
bueno? >>Hace mucho que no te confiesas? >>Has
cumplido con Pascua? >>Cuándo volverás a verme?
Ven a cualquier hora. El sábado por la tarde o el
domingo por la mañana, ven; arreglaremos las cosas
del alma.
Y le contestaban con sinceridad y afecto, y le
obedecían, como tantas veces hemos visto, dando
prueba de la eficacia de sus enseñanzas
catequísticas, que habían oído e impreso
indeleblemente en su corazón, cuando aún eran unos
chavales.
Es más; estas enseñanzas les animaban a menudo
a buscar el bien espiritual de sus amigos.
Narraremos un hecho. Un joven, antiguo alumno del
Oratorio, volvía a Turín, después de haber
trabajado en su oficio por muchas ciudades de
Italia. ((**It5.639**)) Hacía
más de diez años que no se confesaba, y le causaba
gran aversión el Sacramento. Un pariente suyo,
artesano también y antiguo alumno, le invitó a
acompañarlo para visitar a don Bosco. Fueron ambos
a Valdocco y lo encontraron en la sacristía
confesando a los últimos penitentes. Esperaba el
joven a que don Bosco se levantase de la silla,
cuando he aquí que su compañero le dio un empujón
y lo lanzó aturdido a sus brazos. Don Bosco le
dijo enseguida:
->>Tienes miedo de mí? >>No seguimos siendo
amigos como antaño? Si quieres confesarte, es lo
más sencillo. Lo diré todo yo.
Enternecido el joven, comenzó enseguida su
confesión y volvió a ser un buen cristiano.
Todavía hoy se ríe de la broma de su compañero y
cuenta conmovido lo que don Bosco le dijo en aquel
momento.
Terminadas las fiestas pascuales, los tres
Oratorios reemprendieron su marcha ordinaria. El
de San Luis, que despúes de la muerte del teólogo
Pablo Rossi no había tenido como director ningún
sacerdote, había sido dirigido por el abogado
Cayetano Bellingeri, un seglar
(**Es5.454**))
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