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Era el 9 de marzo. Quien le oía hablar y
contemplaba su rostro, no pensaba sino que era uno
que guardaba reposo. El aspecto alegre, los ojos
aún llenos de vida, el pleno conocimiento de sí
mismo alejaban de cualquiera la idea de que
estuviese a punto de muerte. Una hora y media
antes de expirar, el Párroco fue a visitarlo y le
estuvo escuchando con gozo y estupor cómo
recomendaba su alma. Estrechaba en sus manos y
besaba el crucifijo, repetía frecuentes
jaculatorias, con las que expresaba su ardiente
deseo de ir pronto al cielo.
Salió el Párroco con la esperanza de volver a
verlo. El jovencito se adormeció y descansó una
media hora. Al despertar se volvió hacia sus
padres y dijo:
-Papá, ya es el momento.
-Aquí estoy, hijo mío, >>qué necesitas?
-Querido papá. Este es el instante. Tome usted
El Joven Cristiano y léame las oraciones de la
buena Muerte.
((**It5.632**)) A estas
palabras su madre rompió a llorar y se alejó del
aposento. Se le partía al padre el corazón de
dolor, y las lágrimas le ahogaban la voz. Con
todo, cobró ánimos y empezó a leer las preces.
Domingo repetía con voz clara y distinta todas y
cada una de las palabras; pero, al final de cada
invocación, intentaba decir por su cuenta: <>.
Cuando llegó a aquellas palabras: <>, añadió:
-Pues bien, cabalmente es esto lo que yo deseo,
papá: cantar eternamente las alabanzas del Señor.
Pareció después conciliar de nuevo el sueño o
ensimismarse en la meditación de algo importante.
A poco despertó y con voz clara y alegre dijo:
-Adiós, papá, adiós; íqué cosa tan hermosa veo!
Y así expiró con una sonrisa en los labios y
las manos juntas sobre el pecho en forma de cruz.
La tarde del día 9 de marzo de 1857 había un ángel
menos en la tierra y uno más en el cielo.
Esa fue la exclamación de don Bosco cuando
recibió de su padre la triste noticia, ése el
sentir unánime de sus compañeros mientras
lloraban, rezaban y lamentaban su pérdida, y ésa
fue la opinión que manifestó el profesor don Mateo
Picco en el elogio fúnebre que dirigió a sus
alumnos reunidos.
Que el joven Domingo Savio haya volado al cielo
puédese piadosamente
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